“Jacob fue padre de José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mateus 1,16).
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Mis hermanos, nos acercando aún más de la gran fiesta de Navidad del Señor. Hoy, el Evangelio habla de la genealogía de Jesús, de Su origen, de Sus ante pasados.
É interessante que, aquí, la Sagrada Escritura — y Dios, por supuesto — valoriza cada persona. Si, en nuestro mundo, desgraciadamente, excluimos algunos o muchos, a la Palabra de Dios o el propio Dios no excluye nadie.
El Cristo, el Hijo de Dios, nació en una familia. ¿Él es considerado el Hijo de Dios por que fue el enviado? ¡Sí! ¿ Por que las profecías hablaban sobre Él? ¡Sí! Es el Hijo de Dios, pero cuando JEsús vino hasta nosotros y asume una familia, Él asume también la humanidad. Jesús es el Hijo de Dios, pero Él es Hijo también de una humanidad. Él creció, se desarrolló, vivió una cultura; Él revelo el rostro del Padre con Su vida.
Al mirarnos para la genealogía de Jesús, vamos percibir muchos santos y pecadores, la presencia de hombres, pero la presencia también de mujeres. Hoy, gracias a Dios, mejoro nuestra consciencia con relación a la presencia de las mujeres, pero, desde la Sagrada Escritura, desde dos mil años atrás, ya se valorizaba a la presencia femenina, a la presencia de la mujer.
Somos de la familia de Cristo, y, cada vez más, que Él nos santifique con Su presencia
Presencia de hombres, presencia de mujeres, presencia de pecadores. En la genealogía de Jesús también constan hombres de Dios, y hombres no tan así de Dios, pero fue allí, en aquel medio, que JEsús nació, para decir el siguiente: que el Señor puede nacer, y Él nace también en mi familia en tu familia no tan santa así.
Y es una gracia, Él vino hasta nosotros, el Santo, para santificarnos. Él vino hasta nosotros pecadores, hombres , mujeres, para bendecirnos.
Tengamos un corazón agradecido a este nuestro Dios que vino hasta nosotros, que es el Hijo de Dios, pero que es el Hijo también de la humanidad, que se involucra con nosotros, no para quedar impuro, pero Él vino hasta nosotros para nos purificar.
Nuestra gratitud a ese Dios que se encarnó y que vino vivir entre nosotros, que tuvo una familia, que tiene una familia. ¡Somos de la familia de Cristo; y, cada vez más, que Él nos santifique con Su presencia!
La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!