“Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista” (Marcos 10, 50-52).
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La liturgia del trigésimo domingo del tiempo ordinario nos exhorta a vivir con esperanza. La lógica del ciego es justamente esa: él vivía sin esperanza antes de conocer a Cristo. Él escuchó que Jesús pasaría por allí. Esa esperanza que estaba apagada se renueva. No es que la hubiera perdido, sino que estaba apagada. Eso puede sucedernos a mí y a ti.
Esperanza renovada
Por eso la liturgia de este domingo nos está exhortando a volver a vivir con esperanza. No sabemos cuántos años llevaba aquel ciego viviendo en tal condición, pero la esperanza que no defrauda, como dice la Palabra de Dios, lo ayudó a no desanimar.
Nuestra vida no tiene que ser una experiencia sombría. Muchas veces colocamos peso sobre nuestra vida, oscuridad, y nos sentimos sin horizonte, sin perspectiva. Este ciego nos ayuda a ver justamente eso. Y ¡qué redundante un ciego que nos ayuda a ver! Pero con los ojos de la fe, en una vida de perspectivas. Quien no tiene esperanza vive en las sombras. Quien tiene esperanza se abre a los horizontes y a las perspectivas. Pero Dios se dispone a liberarnos de la oscuridad a cada paso.
La imagen del ciego del Evangelio es justamente la oscuridad que vivimos cuando no tenemos esperanza en Dios. Nuestra vida se vuelve sombría, ¿no es así? Y nos conduce también a una vida de plena libertad si acogemos la Palabra de Dios. Fue lo que el ciego vivió con Jesús.
Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Él no titubeó. Dijo: “Que vea”. Que el Señor les conceda esa gracia, hermanos míos, incluso en la falta de esperanza que puedan estar viviendo.
Pídanle al Señor: “Abre mis ojos espirituales para que pueda ver el horizonte. El horizonte de la vida eterna en el que se fundamenta nuestra esperanza”. Bartimeo, el hombre que encontró a Jesús a la salida de Jericó, lo siguió por el camino y es modelo de todos los discípulos para nosotros.
Aprendemos del ciego Bartimeo a volver a tener esperanza, incluso sin horizontes, incluso sin perspectivas.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!