“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Diez jóvenes salieron con sus lámparas para salir al encuentro del novio. Cinco de ellas eran descuidadas y las otras cinco precavidas. Las descuidadas tomaron sus lámparas como estaban, sin llevar más aceite consigo. Las precavidas, en cambio, junto con las lámparas, llevaron sus botellas de aceite. Como el novio se demoraba en llegar, se adormecieron todas y al fin se quedaron dormidas” (Mt 25, 1-5).
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Mis hermanos y mis hermanas, estamos en este camino con la Palabra de Dios, y el Evangelio de hoy nos presenta esta parábola muy conocida de todos nosotros, que es la parábola de las diez jóvenes.
Generalmente, fijemos nuestra mirada sobre la diferencia entre las jóvenes precavida y las descuidadas. Y, desde entonces, construimos muchas veces el discurso sobre la gracia, el pecado, sobre aquel que es santo, aquel que es pecador; los sabios y los ignorantes.
Pero existe un detalle importante aquí en el Evangelio, la Palabra nos habla: “Todas ellas acabaran adormecidas y quedaron dormidas.
Cristo ha dado a todos el derecho de elegir como vivir la vida: siguiendo Sus mandamientos o viviendo una vida en la desobediencia
A veces, dichoso el sueño que me hace ver que soy humano, que puedo equivocar, que tengo fragilidades, que tengo debilidades. Me hace ver que sin la gracia de Dios, puedo ser el peor ser humano de la tierra; ayudame a ser más humilde y también más misericordioso con las otras personas. Pero, ¿por eso voy vivir mi vida de forma descuidada? ¡Absolutamente, no! Porque existe un precio para pagar con aquello que elegimos.
El texto nos habla que, con la llegada del novio, quedo muy nítido quien era las precavidas y quien era las descuidadas. La llegada del novio revela la diferencia de las formas diferentes de vivir la misma fragilidad; todas eran débiles, pero la llegada del novio revelo la forma con que cada una vivía esta fragilidad.
La Iglesia es para todos, es una afirmación categórica. Cristo ha dado a todos el derecho de elegir como vivir la vida: siguiendo Sus mandamientos o viviendo una vida en la desobediencia con nitidez y explicita a Dios.
El aceite — de que habla la parábola — es el amor de Dios, es el amor con el cual Cristo nos amó y nosotros amamos nuestros hermanos.
Quien amó vigilo la llegada del Esposo, que es el Cristo; y cuando terminar esta noche de nuestras fragilidades en esta vida terrena, tendremos mucha luz para ver el rostro de Cristo para toda la eternidad.
La Palabra de Dios hoy, nos llama entonces a valorar cada momento de nuestra vida, cada decisión, viviendo el amor de Dios, viviendo el amor para con nuestro prójimo, para que nosotros tengamos mucho aceite para presentarnos delante de Cristo y poder ver Su rostro brillante.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
