“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mt 19, 23-30).
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Hermanos y hermanas, la vida de San Pedro y los discípulos nos pone frente a un dilema presente también en nuestra vida: el dilema de la recompensa. Con frecuencia, actuamos en nuestra vida de oración y espiritualidad buscando algo a cambio. “Hago porque quiero recibir”.
Una espiritualidad profunda y verdadera debe partir del deseo simple de estar en comunión con Dios. Nos acercamos a la capilla para rezar y adorar porque buscamos esa comunión. Rezamos el rosario buscando la intercesión de Nuestra Señora y, consecuentemente, la proximidad con Dios. En este día, celebramos a San Bernardo de Claraval, quien intercede por nosotros, por una vida mística, ascética y espiritual.
La recompensa verdadera
Al dilema de la recompensa, dilema también presente en nuestro corazón, Jesús responde a San Pedro afirmando que aquellos que lo siguen recibirán, sí, muchas recompensas terrenales, pero estas no son el verdadero propósito. La verdadera finalidad reside en la comunión con Dios, expresada en la promesa: “¡Recibirá cien veces más y tendrá como herencia la vida eterna!”. Esa vida eterna se manifiesta en el presente cuando experimentamos profundos encuentros con Dios. Transformados por esas experiencias, cambiamos de vida. Muchos, al ser tocados por la realidad eterna, viven una profunda conversión, alterando el rumbo de sus jornadas.
La verdadera recompensa reside en esa entrega total, en la comunión con Dios que nos coloca en sintonía con la eternidad, con la vida eterna. Esto transciende la búsqueda por beneficios materiales, aunque súplicas y pedidos sean legítimos. El objetivo principal es la comunión, la entrega.
Que, hoy, tengamos la consciencia de que todas nuestras acciones, oraciones y todo lo que presentamos a Dios tenga como propósito unirnos a Él en comunión auténtica.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!