“No juzguen a los demás y no serán juzgados ustedes. Porque de la misma manera que ustedes juzguen, así serán juzgados, y la misma medida que ustedes usen para los demás, será usada para ustedes” (Mt 7, 1-2).
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Jesús, en el evangelio de hoy, nos hace la invitación para volver nuestra mirada para nuestro interior. él nos pide para tener esta coraje de examinarnos nuestra propia vida, nuestra conducta, nuestras actitudes, nuestro camino. Es decir, Jesús nos pide para corregir nuestra propia vida antes de querer corregir nuestros hermanos.
Y para eso, la primera cosa que nosotros debemos hacer es dejar de mirar los errores ajenos. Por más que los errores de nuestros hermanos sean escandalosos, y casi siempre atrae nuestra atención, Jesús nos enseña, que no debemos juzgarlos, no debemos ejercer el papel de jueces de nuestros hermanos. Pues nosotros también somos débiles y estamos sujetos a los mismos errores, e — incluso hablo más — estamos sujetos a equivocarse más que nuestros hermanos.
Quien se convierte juez de su hermano acaba ocultando por detrás de una falsa perfección a sus propias faltas. Y quien no es capaz de corregir a sí mismo no hay derecho de corregir su hermano.
Nuestra medida necesita ser la medida de la misericordia y del deseo sincero de ayudar nuestros hermanos
La Palabra de Dios nos habla hoy: “Hipócrita, quita primero la clave de tu propio ojo, y entonces verás bien para quitar la mota del ojo de tu hermano”. Quien mide los hermanos con la medida de la sentencia va ser medido con esta misma medida.
Por eso Jesús nos enseña la mirada nuestro interior. Él nos enseña a hacer una barredura en aquello que realmente somos. Si hacemos eso, a veces, no haríamos muchos juicios erróneos, no íbamos criticar mucho las faltas ajenas, no íbamos apuntar solo los errores de los demás, sin antes ver los nuestros. Antes de todo, ibamos ver primero nuestros errores e íbamos esforzarnos en corregirlos.
Esta palabra: “Vas ser medido con la misma medida con que medir”, ella no es una amenaza de Dios, porque Él es misericordioso y no paga con la misma moneda. Pero es, sí, la ley natural. Todo aquello que nosotros plantamos, vamos coger; todo aquello que nosotros sembramos, es lo que nosotros vamos coger.
Por eso nuestra medida necesita ser la medida de la misericordia, de la acogida, de la orientación y del deseo sincero de ayudar nuestros hermanos a salir de su error y del pecado. Esta debe ser nuestra medida, porque la misma medida con que medir, vas ser medidos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!