“Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que se escribirían” (Juan 21,20-25).
La palabra de Dios manifestada en nosotros
Hermanos y hermanas, la verdad de Cristo se revela en el testimonio de la Iglesia y en nuestro testimonio, y se revela en nuestra vida.
No vemos la Palabra de Cristo en todos los libros del mundo, pero vemos la Palabra de Cristo manifestada en nuestra vida, revelada en nosotros. Ella está, de manera canónica, en las Sagradas Escrituras, pero también se manifiesta, cotidianamente, en nosotros; y debemos corresponder a esa presencia de Dios en nosotros.
El Evangelio de Juan nos señala la abundancia de la gracia de Dios, que sobrepasa el límite de la comprensión humana y es vivida por cada uno de nosotros. Ella sobrepasa y supera aquello que nuestra palabra humana es capaz de describir.
Es verdad que, muchas veces, cuando partimos de una realidad divina, de una experiencia que vivimos con Dios, no conseguimos expresarla en profundidad, porque nuestra palabra vacía la experiencia, porque son palabras humanas, que no consiguen describir la realidad divina, la realidad del sagrado. Pero, aun así, cotidianamente, intentamos, en palabras, en gestos, manifestar la acción de Dios que genera cambio en nuestra vida, que genera cambio en nuestro interior y que nos impulsa siempre a caminar.
Somos llamados a dar continuidad al anuncio de Jesús sin nunca creer que ya conocemos todo sobre Él.
Siempre hay algo que conocer, y este conocimiento se da por la oración cuando nos colocamos siempre en Su presencia para escucharlo. También para hacernos conocidos, somos conocidos por el Señor.
No debemos creer que ya conocemos a Jesús de manera suficiente, pues siempre tenemos mucho que descubrir de la riqueza del Evangelio y de la riqueza de Su presencia en nuestra vida.
La misión, hermanos y hermanas, nunca se agota, está siempre en desarrollo, en mejora, así como nosotros también estamos en proceso de mejora. El Señor nos mejora cotidianamente con Su presencia, Él nos mejora para algo, para la misión.
Y cuando hablo de misión, no estoy hablando solo de las personas que dedican la vida de manera integral al Evangelio, estoy hablando de todos los bautizados, incluido usted.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!