“Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa? Di no más una palabra y mi sirviente sanará” (Mt 8, 8).
Es muy conmovedor el Evangelio de hoy, porque Jesús vuelve para su casa – Él vivía en Cafarnaum, en la Galilea – un oficial romano s acerca de Él. No es un judío un religioso; es aque que esta a servicio del imperio romano.
Ese oficial romano va con toda la fe de su corazón suplicar…. Y no es por él es por su empleado. “Señor mi empleado esta paralizado esta de cama, una terrible parálisis toma cuenta de él, él no puede moverse. Es por eso que estoy pidiendo”.
Jesús viendo la fe de aquel hombre dijo: “Yo voy sanarlo, voy levantarlo”. Y aquí crece en el dialogo la humildad de ese oficial romano y su fe. “Señor, yo no soy digno. Yo no tengo dignidad para tanto”. La dignidad que ese oficial tiene es una dignidad humana.
El oficial tiene el poder, el prestigio, él manda, pero no tiene la dignidad dela gracia. Y él humildemente reconoce eso, él humildemente reconoce que no es digno, pero él sabe que basta una palabra solo de Jesús para que su empleado quedase curado.
Existe la fe de creer, pero la fe de someterse solo los humildes que las tienen
Él podría usar de su autoridad para mandar en sus soldados, pero él no tiene autoridad sobre el alma, sobre la enfermedad, no tiene autoridad obre la vida humana, porque esta autoridad pertenece a Dios.
¡Que belleza, que gracia y que humildad! Es lo que nos falta muchas veces porque una fe solo es eficaz si ella es humilde. Existe la fe de creer, pero la fe de someterse solo los humildes que tienen.
A veces, no entendemos porque conquistamos la gracia pues mezclamos nuestra fe con nuestra soberbia, con nuestro orgullo, con nuestras ventajas, con lo que llamamos de prestigios religiosos y humanos, porque pensamos que somos muy importantes, porque pensamos que Dios es nuestro siervo, que Él tiene que servirnos, que Él tiene que honrar lo que que Él prometió y dijo.
Necesitamos de la humildad de reconocer que no somos dignos, no somos ningún merecedores, y queremos invocar nuestros méritos, cuando estamos revestidos de pecados, hipocresías, maldades, vivimos juzgando los demás.
Mientras no quitamos todas las cascaras que ponemos sobre nosotros, mientras no dejamos de lado el orgullo y la soberbia que viene sobre nosotros, viviremos una fe inoperante, es una fe que cree, pero no opera gracia, porque pensamos que somos merecedores, pero somos indignos.
Y en la indignidad de un oficial romano, que no era religioso como muchos religiosos de su época, es que Jesús va decir que nunca encontró tanta fe en Israel. Porque la gran fe o la fe autentica no es aquella donde usamos la mascara religiosa”, pero es la fe humilde, la fe de la sumisión, la fe que se pone debajo de la autoridad de Dios.
¡Dios te bendiga!