“La suegra de Simón tenía una gran fiebre; y le rogaron por ella. E inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre; y la fiebre la dejó, y levantándose ella al instante, les servía” (Lc 4, 38-39).
Para que puedas reflexionar y comprender el vídeo necesitas ‘accionar el subtitulo en español’:
Una fiebre alta, dice el texto –en griego es pyretós, fiebre o calor ardiente. Parece algo tan simple que basta con esa “pastillita” tan famosa para cortar rápidamente el efecto de la fiebre. Son los famosos antipiréticos (los médicos aquí podrán darnos una clase magistral). Los antipiréticos o antitérmicos son medicamentos que previenen o reducen la fiebre, disminuyendo la temperatura corporal cuando está por encima de lo normal. Actúan precisamente para liberar el calor del cuerpo, porque la fiebre, como sabemos, es un mecanismo de defensa de nuestro organismo, con el fin de eliminar virus, bacterias y otros cuerpos extraños, aumentando la temperatura corporal. Es un mecanismo de defensa.
La suegra de Pedro tenía fiebre alta, posiblemente por encima de los 39 grados. Estaba en cama debido a la postración que provoca la fiebre, impidiéndole realizar sus actividades. Toda esta explicación no tuvo como objetivo dar una clase sobre la fiebre.
Lo que quiero es comparar esta fiebre con nuestra condición espiritual, porque existe un mecanismo de defensa de nuestra alma llamado consciencia o también santo temor de Dios. Este mecanismo también se activa en nosotros cuando los males espirituales provocados por nuestro pecado o por las sugestiones del demonio invaden nuestro ser.
¡Una respuesta del organismo!
No puedo ignorar las señales que el Espíritu Santo da a nuestra consciencia, porque pueden suceder cosas peores. Así como la fiebre puede indicar algo más profundo, más grave, el Espíritu nos indica que debemos romper con ciertas cosas, para que no afecten de forma aún más profunda nuestra vida espiritual. Jesús amenazó a la fiebre, es decir, Jesús expulsó aquello que causaba sufrimiento y lo que podría causar un sufrimiento aún mayor en la vida de aquella mujer. Por eso, hoy, vamos a pedir al Espíritu Santo que fortalezca nuestro sistema inmunológico del alma.
Vamos a pedirle que nos avise cuando algún mal se acerque, para que no seamos afectados y no perjudiquemos nuestra vida espiritual. Estén atentos a los síntomas, porque el Espíritu actúa en nuestra consciencia para preservarnos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!