“En aquel tiempo, Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mc 10, 28-31).
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Mis hermanos y mis hermanas, la pregunta de Pedro nos recuerda directamente aquel hijo más viejo que quería monetizar tu relación filial con el padre. ¿Cuántas veces nosotros también actuamos así? Nosotros monetizamos, es una lenguaje muy actual, ¿no lo es? Es decir, nosotros evaluamos lo que nosotros podemos tener haciendo cosas para Dios. Nosotros buscamos una paga por nuestro discipulado.
Basta un momento de tribulación para tirar en el rostro de Dios afirmaciones del tipo: “Yo rezo mucho, yo hago todo correcto, yo voy a misa siempre. ¿Por que eso comigo?”, Comportamiento de quien esta pidiendo el ajuste de cuentas con Dios. NEcesitamos rever eso dentro de nosotros, porque, muchas veces, estas realidades se ocultan dentro de nuestras intenciones.
Dejar todo para seguir Jesús
Jesús acepta la pregunta de Pedro porque quiere dar a él y también a nosotros la seguridad de lo que ocurre con aquel que quiere servir a Dios. Se gana cien veces el gusto por la vida, por todo aquello que ella ya nos ha dado de regalo, aún que sean cosas muy sencilla, incluso que sean pocas cosas.
La prosperidad de Dios no es aumentar tu cuenta cajera, no es aumentar tu patrimonio, tu salario, pero es hacerlo descubrir que, en el poco que tienes, ya ha existido todo aquello que tu necesita para ser feliz. Ese es el secreto. Cuanto menos tenemos, menos tribulación, menos problemas en el momento de morir.
Nosotros ya hemos visto muchas familias dividirse junto con los bienes que fueron dejados en herencia, pero que han servido para litigios, para conflictos entre hermanos. Dios nunca abomina los bienes materiales. Los bienes es una bendición de Dios, y nosotros debemos asegurar eso. Él, sin embargo, abomina el llamamiento a las cosas materiales y, peor aún, la ceguera a las necesidades de los demás, porque teniendo mucho, nosotros cerramos los ojos para aquellos que pasan necesidad. Que el Señor convierta nuestro corazón.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!