Fiesta de Santiago, apóstol. Observa con atención a lo que este apóstol quiere ofrecernos para que también seamos fecundos en nuestra vida espiritual, en nuestra intimidad con Dios, y vivamos una conversión sincera y profunda.
“Ella se acercó con la intención de hacerle una petición. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres?». Ella respondió: «Manda que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús no respondió de forma severa, sino que dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Acaso podéis beber el cáliz que yo he de beber?»” (Mateo 20,20-28).
Una relación purificada
Este final del Evangelio, «¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?», es lo que nos muestra la profundidad de la fiesta de hoy. Celebramos a uno de los apóstoles más cercanos a Jesús. Él, junto con Pedro y Juan, fue testigo de momentos importantes de la vida del Señor, como la Transfiguración y la agonía en Getsemaní.
Y por eso, en el Evangelio de hoy, vemos a Santiago y a Juan, a través de su madre, que pedía puestos de honor en el reino de los cielos para sus hijos. ¡Cuántas veces queremos puestos de honor en la vida cristiana!
Jesús, con paciencia, no reprende directamente el deseo, sino que lo purifica. Miren lo que Él dice: «Quien quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor. Y quien quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo». ¿Qué es lo que buscamos muchas veces? Queremos ser señores, queremos estar por encima de los demás. Esto es un gran mal que afecta a muchos corazones cristianos.
Por eso, hermanos, Jesús pregunta: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Santiago, en su inocencia, dijo: «Podemos». Más tarde, demostraría la sinceridad de esa respuesta, entregando su vida por el Evangelio. Según los Hechos de los Apóstoles, fue el primero de los Doce en sufrir el martirio. Él no solo habló de Cristo, sino que dio su vida por Él.
Somos llamados, hermanos, no solo a hablar de Cristo, sino a dar nuestra vida por Él, aunque sea derramando nuestra sangre en favor del Reino de los Cielos.
Que el Señor nos ayude y que Santiago Apóstol interceda por cada uno de nosotros.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
