“Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario. Y Él lespreguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción de esta moneda?». Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios»” (Mateo 22,15-21).
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Mis hermanos, estamos en el 29º Domingo del Tiempo Ordinario y este domingo la Palabra de Dios nos ayuda a comprender que nada puede ocupar el lugar de Dios en nuestras vidas. El Señor pagó un alto precio por nosotros, Él quiere que seamos enteramente suyos y para ello necesitamos tener al Señor como el principal compromiso en nuestras vidas.
Hablo incluso de nuestro compromiso dominical de santificar el domingo, el día del Señor. Este es un termómetro para que sepamos si estamos poniendo a Dios en primer lugar en nuestras vidas o no, o si estamos anteponiendo otras cosas en lugar de Dios, un lugar que le corresponde a Dios, que es la alabanza y nuestra adoración.
A Dios le pertenecen nuestra alabanza y adoración. La alabanza y la adoración que ofrecemos a Dios en cada Santa Misa. Y el domingo es el día por excelencia para ofrendarle a Dios lo que es suyo, aquello que le pertenece.
Dale a Dios el primer lugar en tu vida y agradécele por todo lo que ha hace por ti
Pero resulta que no siempre sabemos dar a Dios lo que es de Dios. Creamos otras necesidades, damos mayor prioridad a veces al descanso, al paseo, al ocio, es decir, a cosas que deberían ser secundarias, pero que poco a poco vamos poniendo en el lugar de Dios en nuestra vida.
No, nosotros no podemos hacerlo así. No podemos seguir dándole a Dios el segundo lugar en nuestro corazón. Porque el domingo, mis hermanos, aunque sea un día de ocio, un día de descanso, un día para salir a pasear, un día para pasar tiempo con la familia, debe ser, sobre todo, un día de Dios en nuestras vidas. Debe ser, ante todo, un día de alabar a Dios, de agradecerle por los muchos beneficios que Él ha traído a nuestras vidas.
Cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios, por muy honesta, por muy noble, por muy buena que sea, si ocupa el lugar de Dios, pierde su virtud.
Que nosotros sepamos dar a Dios lo que es de Dios. Como dijo Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.