“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Yo os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre” (Juan 15,12-17).

Amistad con Jesús

Hermanos míos y hermanas mías, una de las afirmaciones más bellas de Jesús: “Vosotros sois mis amigos”. ¡Es hermoso escuchar esto, es fuerte, es impactante! Sin embargo, ¿a quién se hizo esta hermosa afirmación? A Judas, que acababa de salir para entregar a Jesús; a Pedro, que lo negaría poco tiempo después; y a los demás, que abandonaron a Jesús en Getsemaní por miedo.

Y Jesús los llama amigos

Sabemos que solo podemos llamar amigo a alguien si existe una reciprocidad. No hay amistad unilateral. La amistad presupone una reciprocidad. Las dos personas necesitan amarse y considerarse mutuamente.

Pero, ¿dónde estaba esa reciprocidad de los discípulos? Ya que a Jesús le responderían traicionándolo, negándolo, abandonándolo. ¿Dónde está esa reciprocidad? Aquí está el misterio, porque Jesús ha visto lo que nosotros no vemos. Jesús conocía a sus discípulos en profundidad.

Nosotros tenemos las actitudes externas de los discípulos, pero Jesús conocía las intenciones del corazón. Jesús conocía las motivaciones más ocultas. Jesús vio la mirada arrepentida de Pedro, que lloró amargamente después de la negación. Jesús vio al discípulo amado junto a su Madre a los pies de la cruz.

Seguramente, Jesús querría haber visto también la mirada de Judas, pero sabemos que el amor tampoco obliga a nadie, deja libre la elección. Por eso el nivel de amor que Jesús tiene por nosotros sobrepasa nuestros límites y nuestros pecados. Jesús, cuando nos mira, ve la posibilidad de amor que está oculto dentro de nosotros, nuestras infidelidades, pecados, y Él va más allá de las apariencias.

Jesús eligió libremente amarnos de esta forma. Entonces, te pregunto: si has elegido amar a alguien en tu vida libremente, deja de exigirle amor a esa persona. Deja de comparar el amor que recibes de ella o el que te puede dar. Deja de exigirle aquello que ni el propio Dios me exige a mí ni a ti. Empieza tú a amarla sin medida, de la manera que Jesús lo hizo. Seguramente, tu gesto de amor también hará brotar, en el corazón de esa persona, gestos de amor.

Así fue como Nuestro Señor hizo con nosotros.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!