“Entonces Jesús pregunto a sus discípulos: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 35-41).
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Amados hermanos y hermanas, el contexto de este Evangelio es Jesús en la barca con los discípulos en medio del mar embravecido y la tempestad; y cómo Cristo tiene el corazón confiando totalmente en el Padre, duerme de forma muy tranquila. Sin embargo, los discípulos no tenían esa misma madurez, por eso Jesús los cuestionó: “¿Por qué sois tan miedosos? ¿Todavía no tenéis fe?”. Ellos sintieron un gran miedo y decían a los otros: “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Jesús es el Señor de todas las cosas. Es Él quien puede calmar todas las tempestades que podamos estar viviendo. Tal vez un diagnóstico médico que hayamos recibido y hayamos perdido el suelo, diciendo: “No tiene cura”. Pero si nuestra confianza es la misma que Jesús tenía en el Padre, entonces pasaremos por cualquier situación de forma serena y tranquila. Eso es lo que los discípulos no vivían en ese momento, porque estaban con miedo, y ese miedo nos paraliza de vivir la fe. Jesús pregunta: “¿Todavía no tenéis fe?”.
Mis hermanos, las circunstancias de la vida pueden paralizar nuestra fe, y la fe es la esperanza de aquello que no vemos, de aquello que no tocamos. Puede ser que recibas un diagnóstico médico, que pierdas el empleo, que tu matrimonio no esté bien, que tu hijo quizás se haya ido de casa o está en las drogas, y tú, humanamente, te quedas con miedo como los discípulos. Jesús te está hablando: “Ten fe”. La fe es capaz de mover montañas.
Cristo nos mostró esto cuando se levantó de aquel sueño y dijo al viento y al mar que se callaran, y ellos le obedecieron. Jesús puede calmar todo aquello que estás viviendo en este momento.
Del miedo a la fe
Yo experimenté esto de forma concreta en 2022, en Río de Janeiro, cuando tuve el diagnóstico de pancreatitis, y esta enfermedad puede matar. Cuando el médico llegó a mi lecho de hospital, dijo: “Padre Ricardo, tienes siete días para mejorar. Estarás siete días en la glucosa y el suero, y si tu páncreas no desacelera, tienes 50% de morir”. Yo podría haberme quedado con miedo, como los discípulos en ese momento.
Claro que sentí un hielo interior cuando el médico me dijo eso, pero, al mismo tiempo, retomando mi fe, dije: “Señor, tengo poco tiempo de sacerdote. Tardé 20 años en ser sacerdote. Pero si Tú quieres llevarme, dame la gracia de, al menos, confesarme y recibir la unción de los enfermos”.
Y así sucedió. Fueron siete sacerdotes que me visitaron y un obispo. Pero ¿por qué les traigo esto ati? Solo la fe nos da la gracia de, incluso de frente, recibir una noticia y quedarnos serenos. Yo me quedé sereno. Solo le pedí a Dios que no muriera sin confesarme.
La fe, mis hermanos, hace que salgamos de nuestros miedos; y aún ante una mala noticia, nuestro corazón permanecerá en paz.
Que tu corazón permanezca en paz ante las tribulaciones y las adversidades.
Dios te bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!