“Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’” (Juan 20, 19-23).

Oficial y público

Hermanos y hermanas, estamos viviendo, en este domingo, la Solemnidad de Pentecostés. El domingo pasado, vivíamos la experiencia de la Ascensión, y allí había una promesa que esperábamos ansiosamente en la liturgia a lo largo de esta semana. Y hoy, llegamos al día del cumplimiento de esa promesa.

El Espíritu Santo es enviado sobre nosotros. Jesús sopla sobre nosotros el Espíritu, y allí se inicia, de manera oficial y pública, la Iglesia y, con la Iglesia, su misión.

Todos nosotros estamos insertos en esta misión de ser Cristo en este mundo, de ser luz en este mundo, de ser Evangelio en este mundo con nuestra vida, por la fuerza y la acción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es derramado sobre los discípulos, transformándolos en testigos del Resucitado. Nosotros debemos, en este mundo, testimoniar cotidianamente a Cristo resucitado.

Pentecostés. ¿Qué es Pentecostés?

Es el momento en que somos profundamente capacitados por la presencia del Espíritu Santo, porque no nos quedamos huérfanos en este mundo para la misión.

El domingo pasado, decíamos que la Ascensión no es abandono, sino una nueva forma de presencia. Recordábamos también la presencia sacramental de Jesús, que ya había señalado en la Última Cena. Pero ahora, vemos que tenemos la presencia de Dios en nuestra vida constantemente impulsándonos.

La tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, que viene sobre nosotros en este domingo para impulsarnos, para transformar nuestra vida, nuestra mentalidad, para transformar los pensamientos, sentimientos y, sobre todo, nuestro comportamiento, para que, en todo, hagas la voluntad de Dios.

¡Ven, Espíritu Santo, sobre nosotros! No podemos seguir siendo los mismos con la fuerza de Tu presencia.

El Espíritu Santo nos permite ser una presencia activa de Cristo en el mundo. Somos una presencia de Cristo en el mundo por la acción del Espíritu Santo, no solo con palabras, sino con la transformación de todo nuestro ser.

Que, en este día, seáis enteramente transformados por la fuerza del Espíritu Santo. ¡Reciba la fuerza de lo alto!

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!