“Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?. Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo” (Lucas 9, 54-56).

Mis hermanos, más una vez, nos deparamos con la falta de madurez de los discípulos que, por cuenta de aquella pasaje en la región, pasaje del camino entre los samaritanos – porque Jesús estaba caminando para Jerusalen, para vivir Su entrega, Su donación, la muerte de cruz, la resurección, y tendría que pasar por allí, por aquella región de samaritanos, donde había samaritanos, donde había samaritanos -, y aquellos samaritanos, por cuenta de la dificultad con los judios y de los judios con los samaritanos, aquellos samaritanos no querían recibirlos.

Y, por cuenta de esta negativa, los discípulos, y estos dos discípulos — ¿va ser que ellos eran tranquilos? —, Tiago y Juan, querían que el fuego pudiera venir sobre aquellos samaritanos. Jesús reprendió a ellos.

Ellos no habían comprendido el ministerio de Nuestro Señor, que es de amor, que es de compasión, que es de misericordia, que no es tratar el mal con el mal aquellos que trataran mal. No es pagar el mal con el mal, pero pagar el mal con el bien. Jesús reprendió a ellos seguir el camino.

Somos hijos de Dios y debemos querer bien a la vida de los demás

Mis hermanos, no somos discípulos para vivir la violencia, para vivir la condenación. En otras palabras, Jesús estaba diciendo eso, reprendió a ellos, no eran discípulos para condenar, no eran discípulos para matar, pero eran discípulos para dar la vida, para donar la vida.

Y, hoy, conmemoramos San Vicente de Pablo, hombre de la caridad, nació en el año 1581 y falleció en el año 1660. Es considerado el “padre de la caridad”, y de él vinieran las obras, las cofradía vicentina que hace un gran bien a muchos pobres y necesitados.

Los discípulos no han recibido los dones de Dios para matar, para destruir, para condenar, pero para dar la vida. Después, ellos comprendieron eso, y San Vicente de Pablo comprendió muy bien eso. El don que él había recibido era un don que él debería entonces poner a disposición del Reino. Por eso, él ayudo mucha gente, espiritualmente y materialmente.

Los dones que nosotros recibimos, mis hermanos, deben ser siempre para la vida. Por más que nosotros tengamos alguna cosa contra esta o aquella persona, no desees el mal de aquella persona, desea el bien de aquella persona, desea la salvación de ella.

Que el Señor también nos reprenda si nosotros, por ventura, estamos queriendo el mal de las personas. Somos hijos de Dios y debemos querer bien a la vida de los demás, así como San Vicente de Pablo hizo.

La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!