Cada vez más necesitamos sumergirnos en nuestro interior y contemplar las bellezas que tenemos dentro del corazón
“Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.” (Marcos 7,15)
El evangelio de hoy nos presenta el drama de los fariseos y de gran parte de los judíos, porque ellos solo comían después de lavarse bien las manos, según la tradición que recibieron de los antepasados.
Lavarse las manos antes de comer es una actitud higiénica, no hay dudas de que hace bien a la salud. Sin embargo, “lavarse las manos” quiere decir lavar el cuerpo, cuidar del exterior para que todo aparente estar bien, pero no cuidamos de lo que es esencial.
Muchas veces exageramos en la manera de ver las cosas, “hay que lavar bien este alimento, sino nos va a hacer mal”. Sabemos los daños que un alimento que no está bien lavado nos puede causar, por eso es muy importante cuidar de la higiene, y aquí no se discute ese hecho. El problema de la humanidad y de cada uno de nosotros son los extremos en la vida, porque cuidamos excesivamente un aspecto y descuidamos otro.
El Evangelio de hoy nos apunta hacia la necesidad de cuidar nuestro interior, porque lo que deteriora y mancha nuestro interior no es lo que comemos, no es lo que viene de afuera, sino lo que ya está dentro de nosotros. Dentro de nosotros están los malos pensamientos, sentimientos, la codicia, el adulterio, los sentimientos negativos en relación al otro y la envidia. Dentro de nuestro corazón guardamos los resentimientos, las heridas, los rencores y acumulamos odios.
Necesitamos cuidar lo que guardamos en nuestro interior, porque la belleza humana refleja aquello que viene de adentro y no del afuera. Debemos cuidarnos de no vivir de apariencias. Vivimos en la era del maquillaje y del retoque prestando atención a lo que verán los demás, pero la verdad, la Palabra de Dios dice que la esencia humana está adentro del corazón del hombre.
Cada vez más necesitamos sumergirnos en nuestro interior y contemplar las bellezas que tenemos dentro del corazón porque, gracias a Dios, en nosotros fue sembrada muchas cosas buenas, pero nuestra belleza se está dañando con las cosas viejas y erróneas que acumulamos dentro del corazón.
Qué bello y puro es el niño que es cargado en brazos, pero que a medida que va creciendo, el mundo va arrojando cosas viejas en su corazón, entonces algunos llegan a decir: “No se parece a aquel niño que conocí: tan buenito, tan bonito, tan lleno de cosas bellas y bonitas”: La verdad es que el tiempo nos puede mejorar pero también nos puede empeorar. No se trata de mejorar la apariencia para ser más lindos, según los criterios mundanos. Lo que nos vuelve peores es no cuidar aquello que está dentro de nosotros y se acumula dentro del corazón.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a ir a lo hondo de nuestra alma y mirar lo que tenemos dentro y necesita ser purificador, limpiado y renovado. Hay dos cosas que son necesarias: un examen de conciencia diario, mirar nuestra conciencia, rever nuestros actos, nuestras actitudes, nuestras prácticas y no dejar de lado una buena confesión para renovar, lavar, purificar y no conformarnos con el mal que quiere quedarse en nosotros.
¡Dios te bendiga!