“Cuando la multitud se había reunido en gran cantidad, Jesús comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación»” (Lucas 11,29-32).
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En el Evangelio de hoy, Jesús no desaprueba los signos en sí, dado que Dios, en el Antiguo Testamento, siempre se manifestó a su pueblo a través de signos. Dios nos habla a través de sus signos, a través de los acontecimientos, a través de sus profetas, a través de su palabra. Dios nos habla.
Lo que Jesús reprende aquí en el Evangelio de hoy es la incapacidad de asimilar, la incapacidad de comprender y la incapacidad de abrir el corazón a los signos que Dios ha hablado a su pueblo. Esto es lo que Jesús reprende.
Jesús percibe que aquella generación es una generación malvada, porque es una generación que no ha escuchado las manifestaciones de Dios. Era un pueblo al que solo le gustaba ver milagros, sanaciones, pero que aún frente a esos milagros, a esas sanaciones, sus corazones permanecían endurecidos, no permitían que esas señales pudieran ser
fuente y generar transformación en sus vidas. Incluso ante las grandes obras de Dios, ellos siguieron llevando la misma vida, la misma vida de pecado, la misma vida fría, lejos de Dios.
Jesús es grandioso en palabras y en obras, y realizaba grandes milagros, porque se compadecía al ver al pueblo pasar por grandes sufrimientos. Pero la mayor obra que el Señor vino a realizar, la mayor obra que el Señor vino a hacer, el mayor signo que vino a realizar en nosotros es el signo de la conversión, del cambio.
El signo que Cristo quiere realizar en nosotros es el signo de una vida nueva
Esto es lo que el Señor desea obrar en nosotros: una conversión, el cambio de nuestro corazón. El mayor signo se llama conversión, cambio de vida. Cristo vino a nosotros para sacarnos del error, para sacarnos del mal camino y a partir de ahí experimentar una profunda conversión, una profunda intimidad con Él.
Jesús vino a darnos vida nueva, mis hermanos, y para que esto suceda, lo primero que tenemos que hacer es escuchar y acoger esta palabra transformadora, esta palabra que Jesús vino a darnos, la palabra de vida nueva.
Por eso el Evangelio de hoy nos dice que el único signo que se nos dará es el signo de Jonás. Jonás fue enviado a predicar a un pueblo, el pueblo de Nínive, y él predicó la conversión, dijo al pueblo que se convirtiera, que cambiara de vida, y el pueblo acogió esta palabra. El pueblo cambió, el pueblo hizo penitencia, el pueblo prestó atención a esta
palabra. El pueblo tenía un corazón sencillo, estaba dispuesto a abrirse a Dios, a pesar de que se había alejado de Dios, lo escucharon, lo acogieron y cambiaron de vida.
Así pues, hermanos míos, este es el signo que Cristo quiere realizar en nosotros, el signo de una vida nueva, de conversión.
Aceptemos el pedido de nuestro Señor, acojamos este pedido, conviértanse, cambien de vida, abran el corazón al Señor y dejen que la Palabra de Dios transforme nuestras vidas.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. amén.