“Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió. Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20, 21-23).
Mis hermanos y mis hermanas, hoy es domingo ¡día del Señor! Y nosotros estamos celebrando con toda la Iglesia la Solemnidad de Pentecostés, la llegada del Espíritu Santo para que ocurra la expansión de la Iglesia, la expansión, en realidad, del misterios de la vida de Cristo en el corazón de todos Sus discípulos.
El Espíritu Santo, justamente, vino como este don de expansión, como ese don de apertura, don de un recomienzo. Recomienzo para la vida de los discípulos y de los apóstoles, recomienzo para nuestra vida, nuestra vida de fe, nuestra vida de Iglesia, nuestro compromiso con el Señor. Hoy, es un gran día de recomenzar, de nuevamente adherir al Señor con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma.
Cincuenta días después de la Pascua del Señor, y el Espíritu Santo toca el corazón humano, el Espíritu Santo viene sobre los apóstoles y María en el cenáculo. Él viene sobre nosotros, sobre toda la Iglesia para tocar el corazón humano, y hace con que cada ser humano salga de sí, salga del pecado, de este intimismo de este cierre. Porque, en verdad, los apóstoles están dentro del cenáculo, están cerrados para que ellos también puedan experimentar esta apertura, esta expansión.
¡Que interesante el don del Espíritu Santo conectado al perdón de los pecados! No hay recomienzo sin el perdón de los pecados; no hay recomienzo sin reconciliación; no hay recomienzo si no queremos abandonar el pecado y comenzar una vida nueva.
Invoquemos, hoy, junto con toda la Iglesia, la gracia del Espíritu Santo, a fin de que Él sea derramado sobre todos nosotros
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El Espíritu Santo solo podrá actuar en nosotros si hacemos ese paso, si damos esta apertura, si salimos del cierre en nosotros mismo. Porque el pecado hace eso con nosotros, el pecado nos cierra, el pecado nos atrofia, el pecado hace com que nos volvamos para nosotros mismos.
Es el tiempo de apertura, es el tiempo de abrirnos a la acción de Dios. Para que el corazón de los apóstoles expandiesen y para que experimentasen Dios, era necesario la llegada del Paraclito.
El Espíritu Santo nos abre para la vida espiritual, para esta mirada espiritual en todas las cosas, el Espíritu Santo nos abre para percibir Dios en nuestra vida, en la vida de los hermanos y percibir la acción de Él en nosotros. Esta es la gracia que nosotros recibimos en este día de hoy, y queremos renovarlo en cada uno de nosotros.
El Espíritu Santo, como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, se convierte, ahora, visible, se convierte palpable. “Pero ellos no han visto nada así”; ellos no han visto nada, pero sí el ruido, el viento impetuoso. El Espíritu Santo también, en muchas pasajes de la Escritura, que viene como una paloma, es, verdad, imagenes para decir que la Tercera Persona de la Santísima Trinidad también ahora se convierte real, palpable, ella ahora puede ser experimentada – “real” en el sentido de que está, ahora, delante de los ojos, en las sensaciones.
Los discípulos pueden sentir la presencia del Espíritu Santo, y esta experiencia necesita ser real en nuestra vida, esta experiencia no puede ser solo intimista, porque todo con el Espíritu Santo se convierte real, todo con el Espíritu Santo pasa a convertirse concreto.
Nuestro camino espiritual es concreto, nuestra búsqueda de Dios es concreta, nuestra experiencia con Cristo es concreta y real por causa del Espíritu Santo. Invoquemos hoy, juntos con toda la Iglesia, la gracia del Espíritu Santo, en lugar de que él sea derramado sobre todos nosotros, y que renovemos nuestro amor a Jesucristo, la Iglesia y nuestros hermanos.
Sobre todos vosotros, la bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
