“Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se el puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción” (Lc 2, 19-21).
La Solemnidad que vivimos hoy, con toda la Iglesia, la Solemnidad de la Santa Madre de Dios, puede parecer una fiesta mariana, pero es una fiesta profundamente cristológica, porque, en realidad, es Jesús el centro de todas las cosas, y todo lo que ocurre no solo en la vida de la Virgen María, pero en la vida de cualquier cristiano, solo hay sentido por causa de la vida de Cristo.
El texto bíblico nos dice que “María guardaba todos estos hechos reflexionando sobre ellos en su corazón”. En realidad, la traducción original es que María comparaba todos estos hechos. María hacia, decimos, un “balanceo”. Ella se confrontaba delante de las cosas de Dios y buscaba comprender las cosas de Él de forma que Dios las había pensado. María saboreaba, ella vivía cada hecho de aquello que le ocurría. Pero ella se transforma para nosotros como un ícono del fiel que necesita aprender a experimentar Dios, el fiel que necesita también confrontar la propia vida con los hecho de Dios que están alrededor de nosotros.
Nada de lo que ocurre a nostros huye al proyecto de Dios, por eso esta fiesta de hoy, profundamente cristológica, nos hace mirar para el papel de María y nos ayuda también a comprender la fuerza que esta mujer ejerce en el papel, en el plano divino de la Salvación.
Acojamos, hoy, en esta Solemnidad de la Santa Madre de Dios, la imagen de María, y acojamos su intercesión
Después, otra realidad que parece en el texto bíblico es: “Al completar los ocho días para la circuncisión del Niño, dieron a el nombre de Jesús”. Vemos, en la imagen débil de ese Niño, la revelación de Dios que se manifiesta así: Dios que quiere ser encontrado, Dios que quiere ser amado, Dios que quiere ser acogido en los brazos.
Existe un cuento de Navidad que dice que uno de aquellos pastores que fueron hasta la gruta de Belen no había nada para ofrecer al recién nacido, fue con los brazos, con las manos vacías y, al llegar allí, mientras la Virgen María y san José recogían los regalos y las ofertas que los demás pastores hacian, ellos tuvieran que poner el Niño Jesús en los brazos de aquel pastor. Entonces, eso habla mucho para nosotros también, que necesitamos acoger Dios en esta Su “debilidad” aparente. Nosotros también necesitamos acoger Dios, que se manifiesta de esta forma en los brazos de cada uno de nosotros.
Finalmente, la realidad del nombre: Jesús, cuyo nombre esta arriba de todo nombre, cuyo nombre da significado a cualquier existencia en la face de la Tierra, someterse también a recibir un nombre. La Palabra de Dios dijo que se completaran los días; y esta palabra”completar” es muy significativa, porque, en la experiencia de Dios, los días no pasan así de cualquier forma, los días son completos, los días son plenos. Desde que Dios se encarno y entro en la historia de la humanidad, ningún día del ser humano es de la misma forma. Nuestros días son plenos, nuestros días son llenos de Dios, nuestros días son llenos de la gracia de Dios. Después, cuando recibe Jesús ese nombre, Él también santifica todos los nombres y trae para toda la humanidad la bendición de Su nombre, la bendición de Su identidad.
Acojamos, hoy, en esta Solemnidad de la Santa Madre de Dios, la imagen de María, acojamos su intercesión, acojamos Jesús que quiere también ser tomado en los brazos por cada uno de nosotros.
Sobre todos vosotros, la bendición de Dios Padre Todo poderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Amén!