“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn 15, 1-8).
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Amados hermanos y hermanas, el Evangelio quitado de Juan nos habla el siguiente: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador”, y Jesús nos habla que el siguiente, que es una cosa muy importante, eso yo voy traer para mi vida de sacerdote, pero también una vida cristiana: “Sin mi, nada puedes hacer”, esta es la palabra-llave para que tengamos la consciencia de que, si nosotros desviamos el rumbo de Cristo, vamos perecer, nosotros no vamos dar frutos, nosotros no vamos crecer en una vida espiritual, nosotros no vamos vivir una vida de santidad para el cual nosotros somos llamados a vivir. Nosotros queremos ser santo, pero nosotros queremos ser santos sin estar insertados en la vid, que es el Cristo.
Mi hermano, no existe vida eterna sin estar insertado en Cristo. ¿Por que? Porque el propio Jesús esta diciendo: “Yo soy la vid”; esta diciendo: “Nosotros somos los ramos. Quien no permanece en la vid no produce ningún fruto”. Ahora, quiero preguntar para ti: ¿qué frutos tu has dado? ¿Qué frutos yo, Padre Ricardo, ha dado? Porque, mi hermano, si tu estás insertado en la vid, tu puedes tener seguridad que tu vida va ser fructuosa, Dios va alegrase por los frutos que tu vas dar. Pero nosotros necesitamos comprender una cosa: nosotros no podemos hacer eso solo, nosotros necesitamos contar con la gracia de DIos. Hoy, muchos cristianos están pereciendo, están retrocediendo, están volviendo para tu vida vieja, porque dejaran de adorar Jesús, de buscar a Él, sea en la adoración, sea en la Eucaristia, sea en los sacramentos, y eso es un gran peligro que nosotros podemos tener: perder la vida eterna, porque nosotros no estamos más inseridos en la vid.
Nosotros sabemos, mis hermanos, el proceso de un árbol que tiene la saiva, que tiene el tallo, los nutrientes, y, si no hay nada de eso, el árbol muere, no consigue dar frutos. Ahora, quiero decirte: en el campo espiritual es la misma cosa, por eso la fe, mi hermano, mi hermana, en el Cristo nos lleva a permanecer en Él. ¿Tu has permanecido en Él? ¿Tu has vivido una vida de intimidad, de profundidad? Es como la raíz de una planta, de un árbol, cuando ella esta muy enraizada, ella encuentra el agua, encuentra el oxígeno, encuentra los nutrientes necesarios, y tu das cuenta que va ser un árbol frondosa, deslumbrante y con muchos frutos buenos.
Nosotros somos los ramos, quien no permanece en la vid no consigue dar frutos
¡Pero, muchas veces, nosotros cristianos estamos dando frutos estropeados, de resentimientos, de rabia, de odio, de falta de perdón; no son estos frutos que Dios espera de nosotros! Si no permanecemos en Él, nosotros vamos dar, hoy, frutos amargos, frutos agrio, que no van contribuir en la vida de nadie, solo van apartarse, cada vez más, aquella persona de Cristo, del árbol. Por eso, mi hermano, mi hermana, guarda eso: “Sin mi, nada puedes hacer”. ¿Quiere ser alguien fructuoso? Que estés en Cristo.
Si tu ya conoces al Padre de las Misericordias, nosotros tenemos un Sacrario, atrás del altar, que es esta vid; y tu das dado cuenta que los ramos están allí, inseridos en la vid, y tu has dado cuenta que hay muchos frutos, porque Jesús es aquel que hace fructificar en nosotros los dones de Dios por medio del Espíritu Santo. Entonces, si tu permaneces en Él, tu permaneces como un hombre y una mujer lleno de dones, y va dar muchos frutos de santidad y perseverancia. “Sin mí, nada puedes hacer”.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!