El esencial es la vivencia del amor, es la misericordia que tenemos con el otro; el esencial es amar a Dios con el corazón puro y sincero
“¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos” (Mc 7, 6-7).
Los fariseos reclamaban de Jesús y de Sus discípulos porque ellos comían sin lavar las manos. Los fariseos consideraban impuros aquellos que comían sin lavar las manos. Los preceptos que ellos y muchos doctores de la ley observaran, eran preceptos rigoristas. Porque los fariseos prestaban atención en el rigor de la ley; en la forma de lavar las manos, los vasos; y así por delante.
Estos eran los detalles importantes para los fariseos, mientras que, lo más importante no se convierte, de hecho, el más importante. Porque el esencial es la vivencia del amor, es misericordia que tenemos con el otro; el esencial es amar a Dios con el corazón puro y sincero.
Se dio, entonces, la respuesta de Jesús: “Este pueblo me honra con el labios, con la boca, pero el corazón esta lejos de mí”. La doctrina que ellos enseñaban no pasaban de doctrinas humanas, llenas de preceptos humanos y no llevaban el ardor de la gracia, la fuerza del Espíritu.
Y el Espíritu es vida; es vida de relación con Dios; es vida de amor al otro. El primer precepto no es la doctrina, el primero precepto es la vida; es el cuidado por la vida. La vida como relación con Dios; la vida como respeto de un ser humano para con el otro.
Nosotros, muchas veces, estamos formando una religión farisaica, hipócrita. Una religión que pelea por causa de las doctrinas, de los preceptos. Una religión que combate quien no cree y reza como ella. Combate a quien no se veste del misma forma, combate a quien no utiliza el velo; el crucifijo; y así por delante.
Pero nos olvidemos que estos son los aspectos accidentales de la religión, porque, la esencia de una religión es, de hecho, la vivencia del amor. A veces, queremos pelear por causa de Dios y, en nombre de Él, atacamos, peleas; creamos discusiones; acusamos a los otros; creamos confusiones, cuando todo eso no pasa de preocupaciones humanas, peleas y discusiones. El único precepto que nos salvara es el amor.
Nosotros, no estamos desconsiderando ningún mandamiento o precepto de la ley. No estamos ignorando nada de aquello que son reglas, liturgia, derecho. Además, todas estas cosas sin la vivencia del esencial no tendrá importancia alguna para Dios. Porque la religión que nos salva es la vivencia del amor por encima todas las cosas.
Viviendo el amor, viviremos los preceptos necesarios para que la religión sea verdadera, y alabe al corazón de Dios.
¡Dios te bendiga!