“En aquel tiempo, salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos. Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él” (Mc 6, 1-6).
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Miren, hermanos y hermanas mías, hoy es domingo, día del Señor, y recibimos esta liturgia de la palabra. De la sabiduría divina y de los milagros, los contemporáneos de Jesús no saben nada. Incluso se admiran de tales cosas, de esos grandes milagros. Pero miren, de la dirección de la casa, nombre, profesión de los padres, información incluso de los parientes, lo saben todo. Y hasta se escandalizan de ello. ¡Qué pueblo de cabeza dura y corazón de piedra tiene Jesús delante de sí!
Y eran personas que frecuentaban la sinagoga, que iban fielmente los sábados a la catequesis bíblica de los maestros de la ley, son personas religiosas. Siempre pongo una pregunta para nosotros en el tiempo presente. ¿No estaremos nosotros en la misma situación? Nosotros que frecuentamos las misas dominicales, escuchamos la Palabra de Dios, escuchamos a los predicadores, a los grandes profetas de nuestra Iglesia. ¿No estaremos también sabiendo decirlo todo sobre Jesús, todo sobre el Catecismo, la moral, los ritos, la teología, pero estamos alejando de la sabiduría divina y de las obras de Dios en nuestro medio?
Vivir la fe con el corazón abierto a la acción divina
Es difícil la acción de la gracia de Dios ante nuestra soberbia de creer que ya lo sabemos todo. ¿Dónde está el espacio para las sorpresas de Dios? Desgraciadamente, a veces, el Señor tiene que hacer como hizo con San Pablo. En la lectura de hoy, lo escuchamos. Permitir que una espina sea clavada en nuestra carne y un ángel de Satanás nos abofetee para que no nos exaltemos demasiado y volvamos a confiar en la gracia de Dios.
No creas saber mucho. Al final, conocer a Cristo y ser encontrado por Él es lo que realmente cuenta. Por eso, en este día de hoy, pidamos un conocimiento aún más profundo de la persona de Cristo. No solo una teoría, sino experimentarlo de verdad en nuestro corazón para que su gracia nos toque y nos transforme.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!