“Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn 16, 8).
Jesús esta diciendo que es bueno que Él se vaya, que Él se vaya del medio de nosotros para mandar aquel que el Padre nos prometió: el Espíritu de la Verdad, nuestro Defensor.
El Defensor, el Espíritu que nos fue prometido, vendrá hasta nosotros para mostrarnos en lo que consiste el pecado. El Pecado, primero, es no creer en Jesús. Mire: quien no cree en Jesús no vive la verdad de Él.
Nosotros, que profesamos nuestra fe en Jesús, necesitamos, con la gracia y el poder del Espíritu, no vivir en el pecado, porque, si Jesús vino para libertarnos del pecado y estamos en Él, pero vivimos en el pecado, no creemos que la Palabra de Jesús nos liberta. Perciba que es más que creer en la persona de Jesús, pero es creer y vivir en la Palabra de Él, creer que la Palabra de Él nos da la vida. Por eso, el mundo y nosotros que estamos en este mundo, muchas veces, no estamos llevando la vida en nombre de Jesús porque no permanecemos en la Palabra de Él.
Y necesitamos del Espíritu, ese Espíritu prometido y defensor nos defiendo del pecado.
El Espíritu es Aquel que nos convence de que el juicio es solo de Dios, es Él quien juzga; y, nosotros, en nombre de Él, amamos
Hay momento que el pecado viene con fuerza, parece que nos domina. No nos dejemos dominar por el pecado, pero no dejemos dominar por el Espíritu de la gracia. No nos dejemos dominar por el Espíritu de este mundo, pero por el Espíritu del Padre, que Él nos prometió.
El Espíritu nos convence de la justicia – “Porque voy para el Padre, de forma que no me verás más” -, pero el Espíritu nos convence de aquello que es justo. Justo es dar a Dios lo que es de Dios, justo es reconocer que Él envió su Hijo único para salvarnos, justo es practicarnos la justicia unos para con los otros, no dejarnos llevar por acepciones, por consideraciones personales, por preferencias, y no sernos injustos unos con los otros.
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El Espíritu no se conjuga con ninguna forma de injusticia. Donde prevalece la injusticia y la maldad, el Espíritu de Dios allí no está, allí está el espíritu mundano. Es el Espíritu quien nos convence sobre el juicio. ¿Y cuál es el juicio sino aquel que el jefe de este mundo ya está condenado?
El juicio no es juzgarnos unos a los otros, el Espíritu no ve y no inspira nadie para juzgar y condenar el hermano, nadie para hacer tribunales, y, en los tribunales de nuestra cabeza y mente, estamos juzgando unos a los otros. Esta mentalidad es mundana, es del espíritu de este mundo que ya esta condenado y nos quiere condenando unos a los otros.
El Espíritu es aquel que nos convence de que necesitamos salvar, amar y cuidar. Es aquel que nos convence de que el juicio es solo de Dios, es Él quien juzga, y, nosotros, en nombre de Él, amamos.
¡Dios te bendiga!