«Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. Quien cree en él, no es condenado; pero quien no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito» (San Juan 3, 16-21).

Infinito, incondicional

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de Pascua, en que celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, el Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre el inmenso amor de Dios por nosotros, revelado en la persona de Jesucristo.

Este pasaje es uno de los pasajes más conocidos y profundos de la Sagrada Escritura, ofreciendo una comprensión clara del misterio de la salvación y de la vida eterna que Cristo nos ofrece: el amor incondicional de Dios.

¿Qué significa esto? Que el Evangelio comienza con una verdad fundamental, que es la base de nuestra fe.

Presten atención porque «Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.»

Aquí vemos, hermanos míos, que el amor de Dios es inmenso, es infinito, es incondicional.

Dios no puso de lado lo que tenía de más precioso, a su Hijo, para darnos la salvación. Presten atención, Dios no puso de lado lo que tenía de más precioso, a su Hijo, para darnos la salvación.

Este amor es incondicional. Dios no hace distinción entre quien merece o no merece. Él ama a todos, sin excepción, es decir, lo que el Evangelio nos está diciendo es que Dios envió a su Hijo unigénito para que todo el que cree en él no perezca. ¿Qué está diciendo? Que Dios quiere salvar a todos. Claro, mi libertad de elección puede alcanzar esa salvación o no.

Por eso Él no solo nos creó, sino que desea que vivamos para siempre con Él. Para eso murió Cristo, para que nosotros no viviéramos eternamente separados de Dios.

¿Qué es el infierno? Según el Catecismo de la Iglesia Católica, es la separación total de Dios, es decir, el mayor dolor de quien va al infierno es no poder estar más unido a Dios.

Por eso Jesús vino para que ustedes tengan vida, y la tengan en abundancia. Esta entrega de Dios es el mayor gesto de amor que revela hasta dónde llega Dios para salvarnos: la entrega de su bien más precioso, su Hijo.

En Cristo, por medio de su muerte y resurrección, Dios nos ofrece la vida eterna.

La vida eterna, hermano mío, es para mí, la vida eterna es para ti, porque tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo para salvarnos.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!