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“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10, 21-22).
Muy bien, hermanos y hermanas míos, hace más de dos mil años, los hombres y mujeres de la faz de la Tierra contemplan al niño acostado en el pesebre. Estamos en el tiempo de Adviento, preparándonos para celebrar la Navidad del Señor.
El profeta Isaías profetizó innumerables veces la llegada del retoño de una flor, el vástago del tronco de Jesé. Sin embargo, los ojos de aquella generación no vieron este evento. Los oídos no oyeron la voz del esperado.
El esperado de todos los tiempos
¡Son más de dos mil años celebrando la Navidad del Señor! En un determinado momento, la Iglesia se dio cuenta de que era necesario un tiempo de preparación para este momento tan singular. No se podía seguir mirando a Jesús en el pesebre con la mirada llena de pretensiones, confundiendo, muchas veces, al niño con un tal Papá Noel que da regalos a quien se porta bien durante el año. Por eso la Iglesia instituyó este tiempo de Adviento.
El misterio del nacimiento de Jesús es para los humildes de corazón. Como dice el texto del Evangelio de hoy: El humilde no antepone lo que quiere a la voluntad soberana de Dios. El humilde sabe escuchar la voz de Dios, que le habla en las cosas simples de la vida. Por eso Dios esconde su voz del soberbio y del pretencioso.
El tiempo de Adviento es propicio para el aprendizaje de la humildad. De nada sirve llegar en la noche de Navidad, forzando ganar un regalo comprado, ¡cosa horrible, un regalo comprado por las propias manos! No hay cosa peor que eso. Dice el texto del Evangelio: Todo me fue entregado por mi Padre, dijo Jesús. Todo está en las manos de Jesús. La actitud de humildad que debemos aprender, en este Adviento, nos llevará hasta la Navidad con el corazón libre y sin pretensiones.
¡Porque todo es gracia de Dios! Y debemos acercarnos a Él con ese corazón humilde, con ese corazón libre y sin pretensiones.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
