“Aquel día, al caer la tarde, Jesús dijo a sus discípulos: «¡Vamos a la otra orilla!» Despidieron a la multitud y se llevaron a Jesús consigo, tal como estaba en la barca. Comenzó a soplar un viento muy fuerte y las olas se estrellaban contra la barca, de modo que la barca ya empezaba a llenarse de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre una almohada” (Marcos 4,35-41).
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Me llama la atención una palabra del Evangelio de hoy: “Proskephalaion”, una palabra que significa almohada, apoyo para la cabeza, algo donde reclinar la cabeza. Es el término que está en el Evangelio de hoy, que el sacerdote acaba de leer.
Puede parecernos, como les ocurrió a los discípulos, que a Jesús no le importara lo que estaba sucediendo. La tempestad azotaba aquella barca, y Jesús dormía tranquilamente el sueño de los justos. El detalle es lo que significa esa almohada, o qué era ese apoyo de cabeza para Jesús. ¡Era el corazón del Padre Celestial!
Jesús reclinaba la cabeza en el Padre Celestial y se abandonaba en sus manos, con una confianza inquebrantable. Notemos que Jesús dormía en la popa de la barca, es decir, donde normalmente se balancea mucho. Es justamente cuando nos encontramos con las mayores tribulaciones, y en ese momento Jesús dormía.
Es en esos momentos que debemos confiar plenamente en Dios. Les pregunto: ¿Han reclinado su cabeza en el Padre Celestial durante las tempestades que enfrentan? ¿Qué apoyo encuentran en los momentos más difíciles de su vida?
Hay muchos cristianos buscando, hoy, falsos alivios, falsas promesas, que hacen que Dios nos deje ir en la solución ante los problemas. Al final, caen en un miedo y una desesperación terribles, y ya no encuentran la luz para guiar sus pasos para la toma de decisiones.
Jesús no es indiferente a nuestros dolores ni a nuestras tribulaciones. Pero tampoco es un desesperado que no confía en el Padre Celestial.
La lección que aprendemos hoy en el Evangelio es decirle a nuestra desesperación: ¡Silencio! ¡Cállate! Mi confianza está en el Padre Celestial.
Confío en nuestro Señor. ¡En Él está mi esperanza!
Aprendamos de Jesús, que reclinó su cabeza en esa almohada, que es el corazón del Padre, y se entregó completamente con una confianza inquebrantable.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
