“En aquellos días, había de nuevo una gran multitud que no tenía qué comer. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Tengo compasión de esta multitud, porque ya hace tres días que están conmigo y no tienen nada que comer. Si los envío a casa sin comer, desfallecerán por el camino, porque muchos de ellos han venido de lejos”. Los discípulos le dijeron: “¿Cómo podría alguien saciarlos de pan aquí en el desierto?”. Jesús les preguntó: “¿Cuántos panes tenéis?”. Ellos respondieron: “Siete”. Jesús mandó que la multitud se sentara en el suelo; luego, tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente” (Marcos 8,1-10).
Simbología de los números
Tenemos el relato de la multiplicación de los panes, que se encuentra en el Evangelio de Marcos. Los discípulos tienen consigo siete panes. Y sabemos que la Palabra de Dios está marcada por la simbología de los números.
No se trata de hacer numerología. ¡Estemos atentos! Por ejemplo, el valor simbólico del número siete equivale a la plenitud, a la perfección. Entonces, este número 7 en el Evangelio de hoy tiene un significado importante, porque decir que tenían 7 equivale a decir que tenían todo para ofrecer a la multitud.
El problema residía en la multitud, porque tener siete panes no permitiría alimentar de forma satisfactoria a cuatro mil personas, que era el número de la multitud. Además, ni siquiera sería posible comprar esa cantidad de pan en una región escasa, en una región desierta y sin recursos.
¿Quién es capaz de multiplicar lo que tenemos? ¿Quién es capaz de potenciar nuestra humanidad para hacerla un don para toda la humanidad? Cristo, y solo Cristo. Es a su orden que la multitud se sienta y ahora se vuelve expectante, espectadora del milagro de Dios. Y nosotros somos así, espectadores de la gracia de Dios en el sentido de que vemos su fuerza actuar, porque es Dios el protagonista, y no nosotros.
Por eso lo que sucedió en el Evangelio de hoy no fue un mero reparto; fue la acción milagrosa de Dios, porque nuestros medios son siempre escasos, insuficientes. Llega un momento en nuestra vida en que tenemos que rendirnos a la poderosa acción de Dios, pues existe un límite para la acción humana.
Después de hacer que la multitud se sentara, Jesús eleva la oración de acción de gracias al Padre, porque su confianza está en Él, su confianza está en Dios. Por eso, si hasta Jesús enseñó que nuestra oración debe ser un abandono en Dios, ¿por qué insistimos en confiar en nosotros mismos?
Finalmente, parte los panes y los entrega a los discípulos para que, ahora sí, estos los distribuyan a toda la gente. Quedaron todos satisfechos, dice el texto, porque solo Dios es capaz de saciar el hambre de nuestra alma.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!