“Y aconteció que, estando a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa con Jesús y sus discípulos. En efecto, eran muchos los que lo seguían” (Marcos 2,13-17).

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Jesús vino a arrancar al hombre del mal, del pecado. Desde la epifanía de Jesús, de su manifestación en medio de nosotros, Jesús vino para liberarnos de todo pecado y de todo mal.

Estamos escuchando cada día de este nuevo año, de este mes de enero, a Jesús que libera al paralítico, a Jesús que expulsa al demonio, a Jesús que quiere la conversión de los pecadores, y Él no se cansa de mirarnos con predilección, con una mirada única e individual para cada uno de nosotros.

Y vemos aquí, en este momento, a Jesús sentado en casa de Leví, quien era considerado un pecador público. Era un recaudador de impuestos. Y a Jesús no le importaba estar allí con ellos, porque Él vino para los pecadores, vino para mí, Jesús vino para ti. Y necesitamos reconocernos como pecadores, porque si no nos reconocemos como pecadores, jamás acogeremos la propuesta de salvación que Jesús tiene para nosotros.

Y continuaré en el pecado. Y continuaré en la maldad y continuaré viviendo una vida lejos de Dios. Jesús no quiere eso para ti, hermano mío. Jesús no quiere eso para ti, hermana mía. El Maestro presta atención a esas personas, es decir, a los pecadores. Y según la interpretación rigorista de los maestros de la ley, de los publicanos que estaban allí con Jesús, lo que escandalizaba a los maestros de Israel era que Jesús estuviera sentado con pecadores.

Hermano mío, hermana mía, Jesús vino para esos. Y esa realidad rigorista, Jesús la sobrepasa. Sin tener en cuenta la contaminación ritual, comparte la comida con los pecadores, símbolo de comunión y de vida. ¿Cuál es el objetivo de Jesús? Liberar al hombre del pecado. Por eso Jesús se sienta con los pecadores, come con ellos, conversa con ellos.

¡Cuántos de nosotros necesitamos vivir esa realidad en este día!

Que Jesús se siente con cada uno de nosotros, que pueda comprender nuestras realidades, entender lo que estamos viviendo, aquello que el pecado ha provocado en nosotros. Jesús viene a nuestro encuentro, y cuando el hombre lo encuentra, se acerca a Él, y ahí comienza una vida nueva.

El médico divino, que es Jesús, se pone al servicio de los enfermos. Derrama su misericordia sobre los más miserables, sobre los más pecadores.

La mayor enfermedad del hombre es, sin duda, el pecado. Por eso es que Jesús viene al encuentro de los pecadores.

Que el Señor Jesús pueda encontrarte en este día y pueda ofrecerte su salvación.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!