“En aquel tiempo, dijo Jesús a la multitud: “Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama. Al contrario, la pone en el candelero para que todos los que entran vean la luz” (Lucas 8,16-18).
La verdad de la fe
Hermanos y hermanas, la luz simboliza la verdad que ilumina nuestra inteligencia, que ilumina la inteligencia humana, permitiendo el conocimiento de Dios.
El Evangelio habla de la lámpara puesta para iluminar, es decir, la verdad de la fe recibida por gracia debe manifestarse en nuestra vida. La luz de la fe no es un conocimiento personal, privado, sino una realidad para ser compartida, pues la razón, una vez perfeccionada por la gracia, ayuda en este proceso de transmisión de la verdad.
Ocultar la luz sería como negar la propia naturaleza o negar la naturaleza de la vocación humana, que siempre es invitada a la comunión.
La libertad humana implica responsabilidad ante Dios. El pasaje que habla sobre “al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que cree tener se le quitará”, indica la ley moral de la correspondencia entre fidelidad y recompensa.
La luz recibida exige una respuesta activa y responsable
Entonces, hermanos y hermanas, somos llamados a cultivar la luz de la fe con obras y virtudes, para que crezcamos en santidad, para que seamos santos.
La negligencia o el ocultamiento de la luz de la fe, que nos hace vivir, representa, en este texto, el rechazo a la gracia que lleva a la pérdida de lo que pensábamos tener por méritos propios.
Entonces, es el Señor quien nos concede la gracia de la salvación, y Él mismo es nuestra recompensa.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!