“En aquel tiempo, después de comer, Jesús preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. Le dijo de nuevo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez preguntó a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías. Cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras ir” (Juan 21, 1-19).
Testigo valiente
Hermanos míos y hermanas mías, hoy es domingo, es el tercer domingo del tiempo pascual.
Jesús, con su cuerpo resucitado, se aparece una vez más a sus discípulos. Esta vez, Él se aparece para traer sanación al corazón de Pedro y también al de toda la comunidad, al mío y al tuyo, por nuestras innumerables infidelidades.
Comprendemos el movimiento de conversión en el amor de Pedro, mirando el relato, por ejemplo, de la primera lectura de este domingo. El libro de los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo 5, deja claro que Pedro ahora es un testigo valiente de todo lo que concierne a la vida de Cristo. Así lo afirma él: de esto nosotros somos testigos.
El amor de Pedro por Jesús tuvo que pasar del nivel de la amistad, del compañerismo, de la admiración, del afecto, de la simpatía, todo esto resumido por el término “filía” que aparece en el evangelio de hoy; tuvo que pasar al nivel del amor “ágape”, el amor oblativo, el amor dispuesto a dar la vida, a arriesgarse. A morir, si fuera necesario. El término ágape que aparece en el evangelio cuando Jesús pregunta a Pedro, es este nivel de amor.
Lo más hermoso es que el relato de Juan en el Evangelio de hoy nos muestra que Jesús está despertando a Pedro de una verdad que él deberá recordar durante toda su vida.
El amor es el motor de la misión.
Nadie es fiel a un matrimonio si no es por amor.
Nadie es fiel a sus votos de consagración si no es por amor. ¡El amor es el motor de la misión!
Si nuestro amor por Cristo no se eleva a la dimensión del ágape, vamos a desistir en el camino o vamos a vivir saltando el muro de la infidelidad, vamos a romper nuestras alianzas, vamos a incumplir compromisos.
Vamos a abandonar nuestra fe.
Quizás la pregunta de Jesús dirigida a nosotros hoy cause tristeza en nuestro corazón, como la causó en el corazón de Pedro.
Esto por causa de nuestros innumerables pecados, traiciones, pero el propio Espíritu de Cristo nos lleva a un arrepentimiento sincero, a retomar nuestro camino de fe, seguros de que es su amor el que nos sostiene todos los días.
Quizás hoy ya exista una señal clara de que el amor de Cristo exige de ti estar en situaciones en las que no te gustaría estar. Estar en lugares donde nunca elegirías estar, haciendo cosas que no te agradan, que tú no elegirías.
Sin embargo, es momento, como dice el texto, de extender la mano y dejar que sea Cristo quien ciña nuestros lomos y nos lleve adonde Él quiera.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!