“Después de hablar con los discípulos, Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían” (Mc 16, 19-20).

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Mis hermanos y mis hermanas, hoy es Domingo, día del Señor, solemnidad de la ascensión de Jesús. Yo pienso que la mensaje de fondo de la solemnidad de hoy sea está: es momento de crecer, es momento de caminar con las propias piernas, es momento de espacio al Espíritu Santo.

Eso me hizo recordar un habito que yo tenía cuando niña con mi madre. Nosotros vivíamos en un pueblo, y cuando íbamos en la ciudad [incluso eran situaciones de mucho miedo, imagina un niño salir de un pueblo para ir a la ciudad], me recuerdo que, para seguir hacia adelante estos miedos, yo pedía para mi madre agarrar mi mano, pero, después, también que ella me suelte en los momentos en que yo estaba un poco más seguro. Era una especie de juego de aprieta y no aprieta la mano. Ese fue un hecho exuberante.

Con el pasar del tiempo, comprendí que ya no necesitaba más agarrar en la mano de mi madre, e yo tenía condiciones de seguir solo y volver solo. Eso que quedo marcado en mí fue la seguridad de la presencia, aún en la ausencia, de mi madre. Y JEsús es el eterno presente, tanto que Él es omnipresente, Él esta en todos los lugares y esta con nosotros en todas situaciones.

Él esta con nosotros, aún que, en la tribulación, no sintamos la presencia de Él

Lo que la solemnidad de hoy nos señala y que nosotros vamos celebrar en el otro domingo es Pentecostés. Por eso era necesario Jesús dar ese espacio en medio de Sus discípulos, era necesario llevarlos ahora para una madurez, para comprender Su nueva forma de presencia. Justamente el Espíritu Santo vendrá para ocupar, rellenar ese espacio, ese vacío, y asegurarnos eternamente la presencia de Jesús.

Es el Espíritu Santo quien nos recuerda todo lo que Jesús dijo, pues Él mismo que nos ha garantido: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Por eso no quedemos paralizados, mirando para un lado, para el otro, para arriba, para abajo, como nos recuerda la primera lectura de hoy, buscando explicaciones para los hechos. Pero confiemos en Jesús y sigamos nuestra vida sin desanimar, sin infantilismos, pero creciendo cada día en la fe y en la confianza del Señor. ¡Él esta con nosotros! Aún que en algunos momentos de tribulación no sintamos afectivamente Su presencia, esta es una seguridad de fe: ¡Jesús esta en nuestro medio!

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!