Es necesario alimentarnos de Jesús para que saciemos esta sed profunda de eternidad que todos nosotros tenemos
“Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 35).
Jesús continua formándonos acerca del Pan de la Vida. Cuando hablamos del Pan de la Vida, nuestra mirada debe volverse para Jesús, porque es Él quien dice: “Yo soy en pan de vida”.
Quitemos nuestra mirada de las abstracciones que hacemos, hasta del simbolismo abierto en muchas otras cosas que no sean directamente el propio Jesús.
Necesitamos alimentarnos de Jesús, recibirlo, permitir que Él esté en nosotros y no miremos el pan solo como alimento material, porque ahí esta el peligro del materialismo, que nos hace mirar las cosas solo en el sentido material y no nos transciende para el espiritual. El espiritual no puede ser algo distante de nuestra vida real, porque el espiritual transfigura nuestra vida material y trae la eternidad hacia nosotros.
Jesús dice: “Yo soy el pan de vida”. Quien viene a mí […..]”, por eso nosotros vamos al encuentro de Jesús para saciarnos de este pan. Quien ya pasó hambre sabe la dureza que es; como aquello desequilibra la vida física y psicológico de una persona. Es una hambre que grita en el alma, es una hambre de eternidad, de sentido de la vida; es una hambre de encontrarse con la razón de la existencia. Cuando no encontramos, vamos saciándonos de elementos y alimentos de este mundo.
Por eso algunos se refugian en los alimentos, otros se refugian en las drogas, otros se refugian en una vida afectiva desordenada, otros se refugian en filosofías, concepciones de vida que traen un consuelo psicológico para el alma fugaz y equivocada cuando el único que llena verdaderamente esta hambre y sed que el alma tiene es Jesús.
Necesitamos alimentarnos de Él, permitir que Él alimente los pensamientos de nuestra alma, los sentimientos que tenemos en nuestro corazón, las razones que no tenemos. Es necesario alimentarnos de Jesús para que saciemos esta sed profunda de la eternidad que todos nosotros tenemos.
¡Dios te bendiga!