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“En aquel tiempo, pasando Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David! Y llegado a la casa, vinieron a él los ciegos; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa” (Mateo 9, 27-30).
Grito del corazón
Hermanos y hermanas, en el evangelio de hoy, aparece el término “krazo”, que significa gritar, hablar en voz alta, vociferar, clamar, llorar.
¿Quién de nosotros nunca ha rezado así?
¿Qué oración tuvimos que hacer en medio de gritos, con fuerte clamor y lágrimas, con súplicas que fueron más allá de nuestras fuerzas? Muchos de nosotros hemos experimentado, en muchos momentos de nuestra vida, una oración clamorosa así, una oración fuerte.
Los dos que hacen este clamor, aquí en el Evangelio de hoy, son ciegos, pero no son mudos. Había una necesidad en ellos, pero encontraron otra vía para llegar hasta Jesús. Se guiaron por el corazón, por la motivación que había dentro de cada uno de ellos. Y fueron el uno para el otro la valentía que faltaba para caminar hasta Jesús.
Los dos ciegos fueron un pequeño coro teniendo, en los labios, una súplica ardiente: Ten piedad de nosotros, Hijo de David.
¡Qué bueno es encontrar, en un momento de necesidad, a alguien que comparta con nosotros una oración clamorosa así! Alguien que atraviesa el mismo dolor, el mismo drama y que se convierte en apoyo para que nos acerquemos a Cristo. Qué bueno es la oración comunitaria hecha entre hermanos y con los hermanos. No hay promesa ni profecía hecha por el Señor que no se cumpla.
Los dos ciegos del evangelio de hoy son prueba de eso. En sus vidas se refleja la profecía de Isaías que dice: Dentro de poco tiempo, ¿no se transformará el Líbano en jardín? ¿Y no podrá el jardín convertirse en bosque? En aquel día, los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de las tinieblas y de las sombras.
En este Adviento, ¡no dejen de clamar a Dios! ¡Él los escuchará! Ustedes contemplarán la obra de la mano de Dios a su favor.
Griten, clamen al Señor, pídanle socorro. Él vendrá en su auxilio.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!