16 Dec 2021

La gracia de Dios despierta tu corazón para la conversión

“Pero los fariseos y los doctores de la Ley, al no hacerse bautizar por él, frustraron el designio de Dios para con ellos” (Lucas 7, 30).

Lo que nosotros escuchamos hoy de la acción de Juan, preparando los corazones para recibir Jesús, nos trae alegría y esperanza, porque Juan es el mayor de los profetas, es el último de los profetas del Antiguo Testamento y el primer de los profetas del Nuevo Testamento. Es él quien abre las puertas para el tiempo nuevo, el tiempo de la gracia, para que Jesús venga hasta nosotros. Pero es necesario que el corazón se prepare, es necesario que el corazón deje la soberbia y el orgullo para, humildemente, sumergir en la gracia de Dios por medio de la penitencia, por medio del reconocimiento de los pecados, para que la gracia sea nueva en nuestra vida.

Del otro lado, el Evangelio nos muestra la dureza de los fariseos y de los maestros de la Ley, los cuales no solo rechazaron el bautismo de Juan, pero rechazaron la gracia de Dios. Y rechazar la gracia de Dios, como nos muestra la Palabra, es convertir inutil e improductivo el proyecto de Dios en nuestra propia vida.

Rechazamos la gracia de Dios que viene a nuestro encuentro, porque quedamos cerrados en nuestras convicciones

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Hombres religiosos como eran, conocedores de la Ley de Dios, sin embargo, no eran abiertos para la gracia. Tenemos que tener mucha atención con nuestra conducta religiosa, porque nosotros, muchas veces, conocemos la Ley de Dios, Sus mandamientos y enseñanzas, Su Palabra, pero no tenemos apertura para gracia de Él. Rechazamos la gracia de Dios que viene a nuestro encuentro, que viene ayudarnos, porque quedamos cerrados en nuestras convicciones, quedamos cerrados en nuestra propia mentalidad de vida, de mundo, de religión; y la gracia de Dios que viene a nuestro encuentro, nosotros, muchas veces, la rechazamos. Es por eso que el proyecto de Dios se convierte inutil en nuestra vida, es decir, no produce frutos, no crecemos en la fe, no nos convertimos verdaderamente porque estamos rechazando la gracia que Dios nos envía.

La gracia divina, que viene a nuestro encuentro a cada día, es para despertar nuestro corazón para la conversión. Levantamos, muchas veces, con aquel ar soberbio, movidos por nuestro orgullo, por nuestras vanidades, y no permitimos que la gracia nos guíe, que ella nos ilumine. Que nuestra religión no sea inutil en nuestra vida, al contrario, sea muy fructuosa y que produce frutos de conversión, de transformación, de humildad y cambio de vida.

¡Dios te bendiga!

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