“Pedro contestó: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti caminando sobre el agua.» «Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»” (Mt 14, 28-31).
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El evento, relata en el Evangelio de hoy, ocurre luego después de Jesús realizar el milagro de la multiplicación de los panes por la primera vez. Este milagro de la multiplicación de los panes fue algo sorprendente para sus discípulos y, con seguridad, hizo con que la fe de ellos pudiesen crecer.
Pero, luego después de realizar ese milagro de la multiplicación, Jesús ha pedido que sus discípulos entrasen en la barca y que sigan delante; Jesús no va con ellos, es decir, luego después de realizar ese hecho sorprendente, Jesús manda que sus discípulos vuelva a su vida normal, vuelvan al cotidiano de sus vidas.
El lago, que era el ambiente común de buena parte de los discípulos de Jesús, representa justamente esto: la vida cotidiana, el ambiente normal, la vida común de los discípulos.
Las olas, que nosotros vemos en este Evangelio, representan las luchas diarias que todos nosostros necesitamos seguir. En nuestra vida cotidiana, en nuestra vida diaria, también seguimos muchas luchas, muchos temporales, muchos momentos difíciles. Y, al estarnos en este cotidiano de nuestras vidas, con los desafios, con las luchas, lo que no podemos jamás olvidar es que Jesús permanecer siempre con nosotros, aún que nosotros no vemos a Él; así como los discípulos no estaban viendo JEsús, porque Él no estaba con ellos, allí en aquel momento.
A fe nos ayudara a comprender que Jesús esta con nosotros en el ordinario de nuestra vida
Además, Jesús esta con nosotros no solo en los momentos extraordinarios. Los momentos extraordinario es importantes para fortalecer nuestra fe — y sera esta fe que nos ayudara a comprender que él esta con nosotros en el ordinario de nuestra vida, principalmente cuando este ordinario viene lleno de grandes desafios.
Jesús no ha venido a este mundo para convertir todo más facil, pero Él ha venido a este mundo para enseñarnos a caminar de con las manos juntas con Él, a tener el coraje de sernos ayudados por Él, sostenidos por Él en las dificultades.
Lo que ocurre es que, muchas veces, somos como los discípulos que, delante de la dificultad, delante del problema, tiene dificultad para reconocer el Señor. Cuando surgen los problemas, los desafios, no conseguimos identificar la presencia del Señor en nuestra vida diaria.
Pedro, en el Evangelio de hoy, nos habla: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti caminando sobre el agua.”; demostrando así, al mismo tiempo, una confianza en Jesús, pero también la incapacidad de reconocer a Él completamente.
A veces, nosotros también demostrando confiar en el Señor — “Sí, Señor, nosotros confiamos en Ti” —, pero no plenamente. Somos un pueblo de fe, pero, a veces, caemos en la tentación de mirar más para las olas que mirar para Jesús; miramos más para los problemas y desafios, que mirar para Aquel que es mayor que cualquier desafío o problema en nuestra vida.
Dejemos, mis hermanos, de centrar solo en los problemas, dejemos de mirar solo para las dificultades, para las grandes olas, pero miremos para Jesús, miremos para Aquel que es mayor que cualquier desafío o problema en nuestra vida. Miremos para Aquel que esta siempre con nosotros y quiere siempre sostenernos con Su mano.
¡Tenga fe y no desvía tu mirada de Jesús!
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
