Superando las opiniones para abrazar la cruz
“Aconteció que mientras Jesús estaba orando a solas, sus discípulos se hallaban con él. Y les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos respondieron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas ha resucitado.” Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro respondió: “El Cristo de Dios” (Lucas 9,18-20).
La pregunta que exige una respuesta personal
Hermanos y hermanas, al preguntar “¿quién decís que soy yo?”, Jesús coloca a los discípulos ante la verdad fundamental de la fe, que va más allá de las opiniones populares. Antes, Él había preguntado la opinión del pueblo, cada uno decía una cosa. Entonces, los discípulos necesitarían superar las tantas opiniones para decir quién era verdaderamente Jesús.
La revelación del siervo sufriente
La respuesta de Pedro es una profesión de fe, que aún será profundizada, pues el Mesías esperado no se revelará como un líder que triunfa en este mundo, sino como el siervo sufriente.
Jesús, entonces, revela que el Hijo del Hombre debe sufrir, ser rechazado, morir y resucitar. Esta revelación prepara a los discípulos para el misterio pascual y para la misión de anunciar el Reino de los Cielos, que pasa por la cruz, no por las opiniones.
El misterio comprendido en la oración
Nuestra fe es inseparable de la cruz, pues reconocer a Jesús como Mesías es también aceptar el sufrimiento redentor y la esperanza de la resurrección. Este es un misterio que solo se comprende en la oración y en la entrega total a Dios, no es un misterio que se recibe por opiniones.
Uno dice esto, otro dice aquello, y tú vas en busca de la verdad, intentando encontrar dónde está Jesús o quién lo está revelando. Sin embargo, Él ya se ha revelado y nos invita, constantemente, a una vida de entrega y de oración profunda, para que la voluntad de nuestro Señor siempre prevalezca en todas nuestras actitudes, actos y comportamiento.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!