“Sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura” (Jn 13, 3 – 5).
En este jueves de Semana Santa, entramos con más profundidad en el misterio de la Pascua de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El Tríduo Pascual es la celebración del misterio centrar de la vida de Jesús y de los misterios de nuestra fe.
Jesús comienza a celebrar Su Pascua lavando los pies de Sus discípulos, lavando como hizo durante toda Su vida: amo, cuido, entrego y dio la vida por seres humanos. Por eso, en Su consumación final, El no estaba haciendo teatro, pero estaba celebrando la vida, y la vida de Él fue cuidar de los Suyos.
Él no vino para ser Señor como los señores de este mundo, pero se convirtió servidor de toda la humanidad. Él no vino solo para morir en la cruz, en la cruz Él vino dar la vida, y para dar la vida en todos Sus gestos y Sus actitudes.
Hoy, necesitamos mirar para la actitud y para gesto de Jesús para convertirnos. Necesitamos, primero, desnudar de sentir aludido que llevamos del orgullo, de la soberbia, de la vanidad, del egoísmo y del individualismo. Desnudar de eso, para revestir de la humildad de Jesús.
El amor proviene de la humildad, y la humildad promueve el amor de Dios en nosotros. Las personas que tiene humildad en el corazón no se elevan, pero se rebajan para cuidar del otro, bajan al nivel del otro y cuidan de él.
El amor autentico es aquel que se dona, que hace y cuida. Necesitamos comenzar, en nuestras casas, a lavar más los pies unos de los otros. Nos gusta mucho de lavar ropas sucias, que aquellas conversas, discusiones y cosas mal resueltas.
Cuando estamos dispuestos a lavar los pies unos de los otros, estamos lavando nuestro propio corazón
Cuando tenemos verdaderos gestos de amor y humildad, lavamos el alma y el corazón, quitamos todo el orgullo y prepotencia que hay en nosotros. Necesitamos lavar los pies unos de los otros en la Iglesia, en la comunidad y en la sociedad.
Necesitamos, de una vez por todas desnudarnos de aquellas actitudes acusatorias que tenemos. Necesitamos dejar de lado las guerras que creamos, los combates que trabamos, las actitudes que tenemos de ponernos por encima de los demás, para seguirnos el ejemplo del Maestro Jesús en el silencia, en la humildad y en el más profundo amor.
Jesús no eligió quien amar, amo a todos. De los pies de Judas a los pies de Pedro y de todos…mis pies, tus pies, Jesús no eligió de quien lavar los pies. Él vino para servir y amar a todos.
Amemos hasta las personas con quien tenemos dificultades de relacionarnos, a quien no queremos bien. Si queremos seguir Jesús, salgamos de las alturas, bajemos al nivel, porque la Pascua del Señor comienza en el suelo. Cuando estamos dispuestos a lavar los pies unos de los otros, estamos lavando nuestros propio corazón.
¡Dios te bendiga!