Hoy, sábado dedicado a la Virgen María, la Iglesia nos invita a comprender nuestra elección, nuestro llamado, a través del Evangelio de Mateo 12, 14-21: “«He aquí mi siervo, a quien he elegido, mi amado, en quien se complace mi alma»”.
Estamos en un contexto de conflicto, donde Jesús comienza a predicar, a anunciar la Palabra de Dios, pero no es comprendido. Jesús es rechazado por los hombres, pero acogido por el Padre, que dice: «Este es mi elegido, en él pongo todo mi afecto». Es decir, Jesús no devuelve violencia con violencia, no confronta a los fariseos con agresividad.
En el mundo de hoy, ¿no es así que sucede? El otro me hace mal, el otro me responde con violencia, con agresividad, y nosotros también queremos, en el mismo tono o en la misma situación, hacer lo mismo.
Jesús nos muestra que necesitamos tener discernimiento para no opacar el amor de Dios que está en nosotros.
No fuimos creados para el odio, no fuimos creados para vivir en enemistad con las personas, sino para vivir el amor, la compasión, para vivir el perdón. Entonces, Jesús nos muestra esto cuando se retira.
Jesús se retiró no por miedo, sino porque sabe que su misión debe ser cumplida.
¿Y cuál es la misión de Jesús? Estar en conformidad con la voluntad del Padre.
Jesús actúa en el tiempo y el modo correcto
Entonces, Él nos muestra, a través del evangelista Mateo, que Jesús es ese siervo que Dios trata con amor, que viene con mansedumbre. ¿Y qué necesitamos aprender de Jesús en este Evangelio? Mansedumbre. Sé que muchas personas nos irritan, nos provocan ira, pero tenemos que tener el discernimiento y la mansedumbre de Jesús.
Hay un pasaje, también de las Escrituras, que dice así: «No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas». Es decir, Jesús es un siervo que no busca el aplauso, que no impone la verdad por la fuerza, sino que la revela con amor, misericordia y compasión.
Termino diciendo lo siguiente: la imagen del siervo nos enseña el verdadero camino del discípulo de Cristo, que es vivir con humildad, actuar con firmeza, pero sin dureza; es decir, tratar con amor, con cuidado a los que son débiles, a los que están a punto de rendirse o a los que vacilan en la fe o en la esperanza. El mundo de hoy necesita este tipo de testimonio: firme en el Evangelio, pero manso en la forma de actuar con las personas; inquebrantable en la verdad, pero lleno de compasión por quien está perdido.
El siervo de Dios no es débil, sino fuerte; no se impone, sino que transforma corazones por el amor. Es lo que tú necesitas vivir en tu vida cristiana: transformar el corazón de las personas por el amor, no por la dureza, no por la coerción ni por el rigorismo. El Señor ya nos ha mostrado que debemos vivir con humildad.
¡Que Él nos bendiga por intercesión de Nuestra Señora!
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!