“En aquel tiempo, llegó Jesús a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías. Abriendo el libro, Jesús encontró el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4,16-30).
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Mis hermanos y hermanas, la Palabra de Dios, en este día, dice “según su costumbre”. El término griego que aparece aquí es “etos”, que fue traducido al latín como “moris”, que significa moral o buenos hábitos, buenas maneras, buena conducta. Me llama la atención que la frecuencia de Jesús a la sinagoga era algo primordial para Él. Se convirtió en un hábito, en una costumbre.
Apenas llega a la ciudad donde se crio y busca enseguida el lugar donde, en diversas ocasiones, tuvo su encuentro con Dios, su intimidad con Él. Jesús no era un religioso solo de costumbres, sino un amante de Dios, un apasionado por la Palabra de Dios. Dice el texto que se levantó, se levantó para hacer la lectura; y leer -aquí lo reconozco- no era solo decodificar las letras del alfabeto, no era simplemente una mera lectura, era conocer profundamente la Palabra de Dios, era una inmersión en Dios. La lectura de la Palabra para Jesús era el contacto con una fuerza transformadora.
La Palabra de Dios nos fue entregada en su totalidad; no escogemos solo lo que queremos
No lean la Biblia simplemente, sino degústenla, saboréenla, reflexionen, mediten, contemplen e interioricen la Palabra de Dios. Por eso decimos, en la Santa Misa, que no hacemos la lectura, sino que hacemos la proclamación de la Palabra de Dios, porque esa Palabra proclamada tiene el poder de transformar nuestra vida. Jesús no solo leyó, Jesús interiorizó la Palabra.
Dice el texto que le entregaron el libro del profeta Isaías. Y la Palabra de Dios nos fue entregada, acogemos lo que Dios nos propone en su Palabra, y no escogemos lo que nos conviene.
La Palabra de Dios nos fue entregada en su totalidad; no escogemos solo lo que queremos, no escogemos solo lo que es fácil, sino que aceptamos la Palabra tal como nos ha sido revelada.
Finalmente, Jesús encontró el pasaje, Jesús encontró un tesoro. El término aquí es muy interesante, la Palabra es un tesoro, es un hallazgo que enriquece nuestra alma. El texto en español no lo dice, pero Jesús desenrolló el libro.
Necesitamos abrirnos a la Palabra de Dios; de lo contrario, permanecemos en el cierre y en las tinieblas, no conoceremos a Dios ni a nosotros mismos, seremos un enigma para nosotros mismos. Por eso la Palabra necesita ser abierta, es decir, necesitamos abrirnos a la Palabra de Dios, necesitamos dejar que ella explique nuestra vida, nuestra historia, revelándonos a Dios. Cuando Dios se revela, nos conocemos a nosotros mismos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
