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El Evangelio de hoy es del administrador infiel. Dice lo siguiente:
“Ah, dice el administrador, ya sé qué hacer para que alguien me reciba en su casa cuando sea despedido de la administración. Entonces, llamó a cada uno de los que le debían a su patrón y le preguntó al primero: ‘¿Cuánto le debes a mi patrón?’ Él respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador dijo: ‘Toma tu cuenta, siéntate deprisa y escribe cincuenta’.” Atentos a esta realidad, aquí hay una dinámica de lucro.
Yo elijo a Dios
Entonces, ¿qué debía este deudor, de hecho, al administrador y al dueño de todo, un hombre rico? Era esta cantidad, cien, de la que él cobra cincuenta. Entonces, está renunciando a esa ganancia personal, es decir, a aquello que cobraba de más por intereses, por astucia, para poder tener la confianza de aquellos deudores.
En realidad, el hombre rico elogió al administrador, porque, en su astucia, renunció a aquello que sería lucro para él. Renunció para poder ganar la confianza de aquellos que le debían, cobrando el valor original. El valor que presentó a los deudores, hermanos y hermanas, era el valor oficial de la deuda. Los incrementos que retiró, eran, en realidad, aquello que él añadía para poder lucrar. Entonces, renuncia a esta dinámica del lucro.
Entonces, este administrador renunció a esta dinámica para poder ganar la confianza de ellos y también para tener una nueva oportunidad con su patrón, con su Señor.
¿Qué podemos preguntarnos ante este Evangelio? ¿A qué podemos renunciar, de hecho, en el día de hoy? ¿Qué cosa sería beneficio solo para mí? Pero puedo renunciar a ella para no perder, por ejemplo, a un hermano. ¿A qué puedo renunciar hoy para no perder una amistad? ¿A qué debo renunciar hoy para no perder la gracia de Dios en mi vida?
Que el Señor ilumine su reflexión, que el Señor ilumine su decisión en este día de, en todo, elegir permanecer con Él y vencer todas las dinámicas de poder, de lucro en su vida para quedarse solamente con el Señor, porque es con Él que todo tiene sentido, es la presencia del Señor la que nos basta.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!