“Entonces los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos echar a ese demonio?» Jesús les dijo: «Porque ustedes tienen poca fe. En verdad les digo: si tuvieran fe, del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: Quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes” (Mt 17, 19-20).
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El Evangelio nos presenta el drama de un padre que se arrodilla delante de Jesús para implorar que sane tu hijo poseído por demonios. Ese padre que ya había pedido a los discípulos, pero en una tentativa que había fallado; ahora, él busca Jesús e implora por la liberación de su hijo.
El hecho es que, después de ver fallado en aquella misión, los discípulos preguntan a Jesús por cual motivo ellos no conseguirán realizar aquella cura, aquella liberación. Y Jesús dijo a Sus discípulos que para expulsar ese demonio necesitaba de más fe.
La fe es un don que debe crecer a la medida de nuestro amor y de nuestra confianza en Dios
Mis hermanos, la fe es una condición necesaria para que los milagros ocurran. Para curar el mundo, para curar los corazones, necesitamos ser hombres y mujeres de fe. Sin la fe no existe cura, no existe liberación ni salvación. ¡Existen varias situaciones que solo se solucionan por la fuerza de la fe, unicamente por la fuerza de la fe!
La fe es un don de Dios, y un don que debe ser ejercitado, que debe crecer en la medida de nuestro amor y de nuestra confianza en Dios. Es exactamente por eso que el pueblo de la Antigua Alianza, el pueblo de Israel, tenía como uno de sus preceptos: jamás olvidar los efectos de Dios y del amor que era debido a Él.
No podemos olvidar los efectos de Dios y no podemos olvidarnos de amar a Él. Es así que nuestra fe crecerá, es así que contemplaremos los milagros, es así que veremos las curas y las liberaciones: en la medida de un fe que todo es capaz.
Jesús dijo en el Evangelio de hoy: “Si tenemos fe, aún que pequeña, del tamaño de una semilla de mostaza, seremos capaces de realizar grandes cosas. Y nada nos sera imposible”.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!