“En aquel tiempo, Jesús dijo apun una parábola. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan” (Lc 5, 37-38).
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Hermanos y hermanas, recordarán que en el pasaje del evento de Pentecostés, el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo 2, dice que los discípulos estaban llenos de vino nuevo -la traducción es así- o vino dulce, vino reciente.
El término “gleukos”, bebida embriagante, era también un estimulante del apetito, para abrir el apetito. Nosotros tenemos esta palabra traducida al español como “glucosa”, un carbohidrato con la función de darnos mucha energía. ¿Por qué les digo esto? Porque los discípulos ya se habían convertido en odres nuevos, es decir, ya habían restaurado sus corazones, el recipiente para que la gracia de Dios actuara, la energía del Espíritu Santo, la fuerza de lo alto.
El odre viejo era nuestro corazón antes de encontrar a Cristo
Lo que aquellas personas presenciaron en el evento de Pentecostés, en realidad, fue una profecía que se cumple hoy, por los labios del Señor: nadie pone vino nuevo en odres viejos; el vino nuevo debe ser puesto en odres nuevos. El odre viejo era nuestro corazón antes de encontrar a Cristo, antes de conocer Su Palabra, Su amor, Sus enseñanzas, Sus mandamientos. Ahora que lo hemos aceptado en nuestra vida, nos hemos convertido, como los discípulos, en odres nuevos, llenos del vino nuevo del Espíritu Santo, llenos de la gracia del Señor, para llevar al mundo el testimonio del poder de Dios.
Por eso es una advertencia que el Señor nos hace: controla tu glucosa, pero embriágate del Espíritu Santo. Pide, todos los días, el Don de la Fortaleza, el Don de la Ciencia, del entendimiento de la sabiduría, del temor de Dios, para que tus acciones sean guiadas por esta vida nueva. Repito: nuestros corazones se han convertido en morada de Dios, se han convertido en odres, portadores del vino nuevo de la gracia de Dios. No podemos poner este vino nuevo, esta gracia maravillosa, en un corazón viejo. En una vida vieja, actitudes viejas. ¡No! Esta vida nueva pide actitudes nuevas.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!