“Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos” (Mc 7, 1-4).
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Mis hermanos y hermanas, ¡bienvenidos una vez más al canal Homilía Diaria! Un saludo a nuestros hermanos portugueses que nos acompañan a través de TV Canção Nova en Portugal; la Reflexión de la Homilía y mi abrazo a todos ustedes de todas las regiones de Brasil por donde paso y que manifiestan y acompañan las homilías en nuestro canal. Dios bendiga a cada uno de ustedes.
Muy bien, hoy es domingo, día del Señor, primero de septiembre. Aquí, en la Iglesia de Brasil, celebramos el mes de la Biblia, y la Palabra de Dios nos presenta este texto del Evangelio de San Marcos sobre la higiene de los platos, vasos, cubiertos y vasijas, que se convirtió para los judíos en un verdadero ritual religioso. Desde el punto de vista de la salud, la higiene es imprescindible. Lo sabemos y no podemos descuidarla. Recientemente, en la historia de la humanidad, la higiene ha vuelto a ocupar el centro de atención. La Covid-19 reavivó esta alerta sobre el cuidado de la higiene personal.
De nada sirve el culto sólo de labios para afuera si el corazón está lejos de Dios
Pero lo que los fariseos, maestros de la ley en tiempos de Jesús, y también los cristianos de hoy, han olvidado es la falta de otra higiene que puede llevar a la muerte del alma: el pecado, la malicia del corazón, las malas intenciones, la inmoralidad, los robos y asesinatos, el adulterio, las ambiciones y fraudes, la lujuria, la envidia y la calumnia, el orgullo, la falta de juicio. Todos ellos son elementos que aparecen en el Evangelio de hoy.
Este maldito virus del pecado se cuela sigilosamente por nuestras manos, nuestros ojos, oídos y boca. La antigua ley decía que practicar ciertos rituales daba permiso para entrar en la casa de Dios o para elevarle alabanzas. ¿Pero es así realmente? El Salmo de este domingo pregunta: “Señor, ¿quién puede habitar en tu casa?, ¿quién puede vivir en tu santo monte?”. La respuesta nos llega desde siempre: es aquel que camina sin pecado, practica la justicia fielmente, que en nada perjudica a su hermano.
Ahí está la higiene del corazón, sobre todo en este día en que entramos en la casa de Dios, en nuestras capillas, parroquias, basílicas y santuarios. De nada sirve el culto sólo de labios para afuera si el corazón está lejos de Dios, por años sin confesión, por la elección de una vida de pecado, por la obstinación en un comportamiento equivocado. Es necesario ser practicantes, y no meros oyentes de la Palabra de Dios. Dejemos que ella nos purifique.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!