“Tomas respondió: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” (Jn 20, 28-29).
Hoy, tenemos la gracia de celebrar el apóstol San Tomas. Algunos denominan “apóstol de la incredulidad”, pero no es. Él es el apóstol de la sinceridad.
Todos nosotros tenemos incredulidad en el alma y en el corazón, solo no reconocemos nuestra incredulidad, ocultamos muchas cosas que somos incrédulos en creer, o entonces es la falta de fe y confianza que tenemos en el Señor y en Su Palabra.
Reconocemos que Tomas fue incrédulo a la primera vista y, con mucha sinceridad, expresó: “Mira, si yo no vengo, si no toco, no voy creer que Él realmente resucito”. Tomas, vivió, comió, bebió y camino en la compañía de Jesús. Él escuchó las palabras del Señor, las enseñanzas, fue testigo de todo que Jesús realizó, pero no creyó.
La incredulidad mueve el corazón de los hombres en todos los tiempos; la incredulidad toma cuenta también de nuestro corazón, muchas veces, fruto de la decepción con nosotros, con la vida, con el mundo, con la Iglesia y con nuestra propia relación con Dios.
La decepción es consecuencia de la frustración, cuando engendramos expectativas en las cosas y ellas no ocurren de la forma que queríamos o de la forma que esperábamos. No es que el hecho sea frustrante, es la expectativa que ponemos en el hecho, en las personas y en los acontecimientos que nos frustran.
Vivimos, muchas veces, una fe infantil, inmatura, ingenua, y por eso patinamos en las decepciones
Pongo las expectativas, fruto de la imaginación, en aquello que quiero, que espero y no de aquello que, de hecho, las cosas son. Imagino la imagen que Tomas formo de Jesús, como muchos apóstoles: un superhéroe, un imbatible, alguien que jamás va pasar por una caída. Sin embargo, de repente, él contempla un Jesús que sufre, apaña, padece, que es rechazado, maltratado, crucificado y muerto; entonces, cree que Él resucito.
La fe decepciono a él, pero no es porque la fe es decepcionante. Lo que es decepcionante es la forma como él guió su fe. De la misma forma, nosotros, muchas veces, decepcionamos en la fe, porque la guiamos para que ella nos de lo que queremos.
Muchas personas no pueden tener decepciones, porque piensan: “Dios me va honrar”. “Dios me va dar todo lo que pedí”. “Porque Dios me a conceder de la misma forma que quiero las cosas”. ¡Disculpa, pero te vas a decepcionar, si tu ya no te has decepcionado! No es porque Dios decepciona, por el contrario, Él nos llena con todo que necesitamos, pero no piense aquello que necesitamos es lo que queremos, porque, muchas veces, lo que queremos no es aquello que es para recibirnos, y por eso nos decepcionamos.
Permitamos que, como el apóstol Tome, tengamos la gracia de despertar para la fe verdadera, para la fe que es capaz de tragar el sufrimiento, los dolores, las decepciones y madurar en la fe. Vivimos, muchas veces, una fe infantil, inmatura, ingenua, y por eso deslizamos en las decepciones, caemos y no levantamos.
Es el momento de madurar. Aquí para nosotros, Tome es el apóstol de madurez de la fe, aquel que sale de una fe infantil para una fe autentica, para más allá de las decepciones y esperanzas humanas que viene de los pensamientos y sentimientos vacíos.
Pongamos en el Señor nuestro corazón, porque Él jamás nos decepciona.
¡Dios te bendiga!