“Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera. Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (Mt 19, 3-12).
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Hermanos y hermanas, nos encontramos con dos realidades presentes en la Iglesia: la realidad natural, representada por el matrimonio, la primera vocación de todos nosotros; y la vocación al celibato, la entrega total al Reino de los Cielos. Esta entrega es un camino elegido por aquellos que se reconocen incapaces para el matrimonio por causa del Reino de los Cielos. Son personas que se dedican totalmente a Dios, con toda su vida, incluyendo su sexualidad, renunciando a la vocación natural del matrimonio.
El desapego necesario para la vocación
Es preciso recordar la frase que hemos escuchado: “Dejarás a tu padre y a tu madre”. Muchas veces, las familias, cuando los hijos se acercan al matrimonio o a la salida de casa, que es un proceso natural, intentan retenerlos, yendo en contra de esta palabra. La vida del hijo necesita seguir con su esposa, la vida de la hija con su esposo. O, si la vocación es otra, religiosa o sacerdotal, el papel de los padres es rezar para que los hijos cumplan su llamado. Sea la vocación al matrimonio, sea la vocación a una vida de entrega total a Dios, en una vida religiosa o sacerdotal.
Que, en este día, elevemos nuestras oraciones por los padres que tienen dificultad en dejar que sus hijos sigan su camino, y por los hijos que buscan comprender su propia vocación, sea ésta el matrimonio o la vida sacerdotal o religiosa.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!