Dios conoce nuestras angustias, nuestros sufrimientos y deseos más secretos. Él conoce nuestra intimidad y nos ama tal como somos.
“Natanael preguntó: “¿De dónde me conoces?” Jesús le respondió: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi”. Natanael le respondió: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Juan 1,48-49)
Hoy la Iglesia nos da la gracia de celebrar al apóstol San Bartolomé, también llamado Natanael, aquel que, para mí, es el apóstol de la sinceridad y de la verdad, aquel que le preguntó si de Nazaret podría salir algo bueno.
Lo que quiero destacar en este apóstol es la pregunta que él mismo hace: “¿Señor, de dónde me conoces?”, y la respuesta de Jesús es: “Antes que Felipe te llamara, mientras estabas debajo de la higuera, yo te vi”. Antes que busquemos al Señor o vayamos hasta Él, Él ya nos vio y nos amó.
Dios es quien nos conoce desde el vientre de nuestra madre. Él conoce nuestras entrañas más profundas, conoces las ansias de nuestra alma y de nuestro corazón, conoce nuestras angustias, sufrimientos y los deseos más secretos. Él conoce nuestra intimidad y nos ama tal como somos.
A veces nos queremos esconder hasta de Dios. Adán, cuando pecó, se escondió del Señor. Dios, sin embargo, nos conoce desnudos, tal como somos. A veces, no nos conocemos ni nos damos a conocer; vivimos escondiéndonos detrás de las máscaras, fantasías, ropas de moda, redes sociales, fotografía bonitas que no revelan nuestra esencia ni aquello que somos verdaderamente.
Necesitamos entrar en nuestro corazón para escuchar nuestro interior, para conocernos. Necesitamos conocernos como somos conocidos por Dios. ¿Y por qué necesitamos conocernos? Para amarnos, cuidarnos, para ser cuidados y dejar que la presencia amorosa del Señor no nos condene, sino que nos sane.
Todo aquello que escondemos, no permitimos que Dios lo redima, lo sane ni lo salve, pero aquello que asumimos, que presentamos ante Dios en la miseria más profunda, podemos tener la seguridad de que Su gracia va a sanar, restaurar, va a darnos la condición de asumir aquello que somos, sin tener vergüenza de ser quienes somos de verdad.
Dios nos conoce tal como somos. Ante Él, presentémonos con nuestras alegrías, entusiasmos y motivaciones, pero también con nuestras debilidades y miserias, porque Él camina con nosotros, y nosotros necesitamos caminar con Él para ser sanados, liberados y restaurados cada día.
¡Dios te bendiga!