“En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y les dijo: ‘Escúchenme todos y entiendan: nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre; lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. El que tenga oídos para oír, que oiga” (Marcos 7,14-23).

La limpieza del corazón

El texto es largo, por eso no lo voy a leer completamente, pero es una continuación de lo que escuchamos ayer.

La higiene, lo sabemos, es algo importantísimo para nuestra salud y la de quienes nos rodean. Y, en ese sentido, la pandemia nos enseñó bastante a rescatar la preocupación por la limpieza de las manos, de las cosas; sin embargo, también trajo otra enseñanza, pero que olvidamos muy rápido, ¿no? La limpieza del corazón.

Muchas personas, hoy, adoptaron el hábito del alcohol en gel para purificar sus manos, pero no tienen la misma preocupación por el interior, por la confesión, en saber que, allí, necesito hacer mi examen de conciencia y confesarme regularmente. Pasó la pandemia, pasó el celo por el corazón. Tenemos que retomar eso.

El Evangelio de hoy es justamente una advertencia de Jesús sobre el combate contra los males que salen de nuestro interior y que ensucian nuestras acciones y nuestros comportamientos.

“Dime qué sale de tu corazón, y te diré quién eres”. Podríamos parafrasear de esta forma el drama que, muchas veces, constatamos en nosotros. Personas de fe, personas que frecuentan las misas, los encuentros, que escuchan predicaciones, homilías, personas que leen libros y más libros, sin embargo, personas capaces de malas intenciones, inmoralidades, robos, adulterios, asesinatos, ambiciones, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, calumnia, orgullo, falta de juicio.

Me tomé el trabajo de enumerar cada una de ellas, porque es Jesús, nuestro Señor, quien lo dijo, es una lista que hace Jesús, que es aterradora. Él, como conocedor de los corazones, fue capaz de ver que aquellas personas que se decían religiosas eran capaces de este tipo de cosas y de otras peores. Desenmascarar estas realidades dentro de nosotros no es un trabajo fácil, porque no queremos ver aquello que está dentro de nosotros.

Muchas veces, las confesiones que hacemos son bastante superficiales, ¿no? No dejan entrar la luz de Cristo en profundidad en ese terreno tenebroso que es nuestro corazón, pero solamente la gracia de Dios puede darnos la conciencia real sobre nuestro interior.

Por eso necesitamos coraje para arrancar todos estos males de dentro de nosotros, para convertirnos, de hecho, en verdaderos e íntegros. Y que la gracia de Dios nos ayude en este camino de purificación de nuestro interior.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!