“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No piensen que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra” (Mt 10, 34-35).

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Mis hermanos y mis hermanas, ¿dónde esta nuestro Principe de la Paz? ¿Dónde esta aquel Jesús que dijo ser manso y humilde de corazón a partir de la Lectura de esta pasaje del Evangelio?

En realidad, Jesús ha venido quitarnos de aquella falsa paz, aquella paz que tiene algo con la muerte, con comodismo, con inercia, con parasitismo, con “agua parada”, con una vida sin sentido. ¡Es de esta falsa paz que Jesús ha venido quitarnos!

Él ha venido quitarnos del sofa, de las cuevas digitales, de nuestros escondites y de nuestras cavernas, porque nosotros somos tendenciosos a acomodarnos y vivir una vida a la orilla de las realidades, vivir una vida lejos de aquellas situaciones que nos causan molestias.

Aún que haya sido un padre, una madre, un hermano, una suegra que nos ha lanzado en una situación de comodismo y de desistencia de la vida, Cristo esta por encima de cualquier relación.

Poniendo Jesús en primer lugar en nuestra vida, todas las otras relaciones ocupan su debido lugar

Muchas veces, algunas personas que entran en nuestra vida no vienen para sumar, pero para dificultar. Algunas relaciones nos quitan y nos apartan de Dios. Pueden existir relaciones enfermas, incluso dentro de casa: un padre y una madre pueden apartar los hijos de Dios por el contra testimonio, por el alejamiento de los valores del Evangelio.

Nadie puede ser una disculpa para no amar Jesucristo, nadie puede ser un obstáculo. Si una mujer cristiana quiere vivir su fe, ir en la misa dominical, las manías del marido no pueden robar su relación con Cristo.

Cristo esta por encima de cualquier relación. Solo cuando Él ocupar, de hecho, el primer lugar es que las demás relaciones van ser armoniosas. Porque nos engañamos pensando que, poniendo en primer lugar las personas, tal vez resta un lugar para Cristo.

Jesús debe dar fundamento a todas nuestras relaciones humanas. La relación de un padre con un hijo se convierta plena cuando Cristo es Señor de ambos. La relación entre el marido y la mujer es fecunda cuando Cristo es la razón de la vida de los dos.

Que la espada de amor de Cristo – que habla el Evangelio – sea instrumento de cura para todos las relaciones. Que la molestia sana que Jesús provoca, pueda curar nuestras relaciones enfermas. Y poniendo Jesús en primer lugar en nuestra vida, todas las demás relaciones ocupan su debido lugar.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!