“Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: «¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro?»” (Lucas 11,37-41).
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Muchas veces nos preocupamos por cosas que deberían ser secundarias en nuestras vidas y nos olvidamos de hacer el bien porque nos preocupamos por cosas secundarias, nos preocupamos por la apariencia, nos ocupamos de las cosas externas y nos olvidamos de ocuparnos de nuestro interior.
Realizamos una serie de prácticas externas, pero no representan ni corresponden con aquello que está en nuestro corazón, con lo que hay en nuestro interior.
Y Jesús siempre condenó esta falta de correspondencia. Jesús siempre condenó esta incoherencia de vida, una vida que parece perfecta por fuera, pero por dentro está llena de maldades, de robos, una vida llena de rituales, pero sin la capacidad de mirar hacia el interior, sin la capacidad de cambiar lo que no está bien por dentro. Y necesitamos, mis hermanos, a partir de esta palabra, aprender a cuidar de nuestro interior.
Si Dios hizo el interior, también ha hecho nuestro interior y conoce todo lo que pasa en nuestro corazón
Nos preocupamos tanto del exterior, de lo que se ve, de aquello que puede ser objeto de crítica por parte de las personas y nos olvidamos de cuidar nuestro interior, nuestro corazón, lo que las personas no ven, pero sabemos que Dios sí ve, Dios ve lo que se esconde en nuestro corazón, porque fue Dios quien hizo nuestro interior, dice la palabra
de hoy.
Si Dios hizo el interior, también ha hecho nuestro interior y conoce todo lo que pasa en nuestro corazón. Y por eso debemos aprender a prestar atención a nuestra interioridad, a lo que hay en nuestro corazón, para que las prácticas externas, para que aquello que es visto, es visto por las personas, sea nada más que un reflejo de aquello que hay en nuestro corazón.
Pidamos al Señor que nos conceda esta gracia, la gracia de cuidar primero de nuestro corazón, de nuestro interior, y después dejar que lo que hay en nuestro corazón se exteriorice, sea visto por las personas.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.