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Hermanos y hermanas, los invito a participar de la Santa Misa hoy, domingo, día del Señor. Que esta celebración genere muchos frutos en su vida y en su espiritualidad. Celebramos, hoy, la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, marcando el cierre del año litúrgico.

La Palabra de Dios para nosotros, hoy, se encuentra en el Evangelio de Juan, capítulo 18, versículos 33 al 37, donde Jesús afirma: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis guardias lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”.

Hermanos y hermanas, esta fiesta, esta solemnidad que celebramos fue instituida por el Papa Pío XI. Nos coloca frente a frente con el poder del príncipe de este mundo, que es homicida desde el principio (cf. Juan 8,44). El contexto de la creación de esta solemnidad era de guerra, donde muchas personas fueron asesinadas por el poder de las tinieblas que actuaban en este mundo. Desafortunadamente, este poder aún actúa en nuestro tiempo.

Constantemente, necesitamos identificar quién es nuestro verdadero Señor, nuestro Rey: Jesús. Él es quien debe conducirnos, movernos, contraponiéndose a todos los poderes de este mundo que reinan. Reinos que se manifiestan en la política, en las ideologías, y, principalmente, en las ideologías maléficas que tienen como fundamento al propio príncipe de este mundo.

Esta solemnidad nos coloca frente a frente con todos esos poderes, que se presentan hoy con diversos nombres y facetas, pues el dragón tiene muchas cabezas (cf. Apocalipsis 12,3). El poder de las tinieblas se manifiesta en el mundo de muchas maneras.

El reino de Jesús, presentado en los Evangelios, exige que nos preparemos. ¿Cómo prepararnos para este reino? A través de la penitencia, de la vida de fe, de todo lo que recibimos por la gracia del bautismo, que genera la regeneración interior en nuestra vida.

Este reino se opone al reino de Satanás y al poder de las tinieblas, y exige de cada uno de nosotros una mente y una vida desapegadas de las riquezas y de los poderes de este mundo. Debemos crecer en mansedumbre y en la conciencia de la cruz: “Toma tu cruz y sígueme” (Mateo 16,24).

Teniendo a Cristo como nuestro Redentor, constituido por Dios y por la Iglesia, abramos nuestro corazón para renunciar a todos los poderes de las tinieblas y para permanecer en el poder de Cristo que reina sobre nosotros.

Que, en este día, todos nosotros podamos, con mucha alegría, decir, cantar y proclamar: “¡Viva Cristo Rey!”

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!